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La verdad sobre el cinturón de castidad y otros mitos sexuales

Katherine Harvey, especialista en historia medieval, destroza los mitos comunes sobre la sexualidad en la Edad Media.

La idea que tenemos sobre la vida sexual de la gente medieval está llena de mitos y prejuicios, a menudo influenciados por la literatura y el cine. Pero la realidad era bastante más compleja de lo que imaginamos. El libro Los fuegos de la lujuria, de la historiadora Katherine Harvey, desmonta algunas de las ideas preconcebidas que tenemos sobre el sexo en la Edad Media.

¿LA IGLESIA ESTABA CATEGÓRICAMENTE EN CONTRA DEL SEXO?

Aunque lo consideraba el pecado original, la Iglesia no estaba en contra del sexo en sí, sino concretamente del sexo por el simple placer, que se consideraba sodomía. Aunque se suele asociar este concepto con las relaciones homosexuales, se refería a cualquier acto sexual cuyo fin no fuese la reproducción. Así pues, el sexo oral, anal e incluso la masturbación eran considerados actos de sodomía.

En el mundo cristiano, la sodomía no era solamente un pecado sino que podía constituir un delito; y si bien en algunos aspectos las autoridades eran muy permisivas – por ejemplo, los hombres podían tener amantes y acudir a los burdeles – en otras circunstancias perseguían activamente a los considerados “sodomitas” si de por medio había relaciones homosexuales o zoofilia.

Del mismo modo, la prostitución estaba permitida por considerarse un “mal menor”. Los burdeles eran incluso de propiedad municipal para que así las autoridades pudieran regular qué pasaba y evitar altercados; y a las prostitutas, aunque se las consideraba mujeres pecaminosas, se les aseguraban ciertas condiciones higiénicas y de seguridad.

MITOS: EL CINTURÓN DE CASTIDAD Y EL DERECHO DE PERNADA

Nuestra idea de la sexualidad medieval también está repleta de mitos. Dos de los más famosos son el cinturón de castidad y el derecho de pernada.

El cinturón de castidad era, supuestamente, una especie de braga de metal que se colocaba a las mujeres para obstruir la entrada a la vagina y se cerraba con llave; llave que se quedaba el marido, para evitar infidelidades de su mujer en su ausencia. Sin embargo, no hay ninguna prueba real de la existencia del cinturón de castidad, que solo aparece en fuentes literarias. Además, por razones evidentes sería muy molesto, dificultando ir al baño y causando rozaduras graves en la piel.

Otro gran mito, popularizado sobre todo en el cine, es el derecho de pernada o ius primae noctis (literalmente, “derecho a la primera noche”), según el cual un señor feudal tenía el derecho de pasar la noche de bodas con una mujer que se casara. Igual que el cinturón de castidad, solo aparece en fuentes literarias y no hay pruebas históricas de ello, mucho menos un código legal que hiciera de esta práctica un “derecho”. Por supuesto, esto no significa que no existieran abusos de los señores hacia sus vasallas, pero no era algo legal y, más aún, habría sido punible (al menos sobre el papel).

LLEGAR VIRGEN AL MATRIMONIO, SOLO EN TEORÍA

La Iglesia ciertamente daba mucho peso a la castidad y a la virginidad, especialmente en el caso de las mujeres. Sobre el papel, se suponía que el sexo prematrimonial no debía darse, pero la realidad era muy distinta.

En el caso de los hombres, en la práctica se daba por supuesto que cualquier hombre tenía ya experiencia sexual antes del matrimonio, hasta el punto de que se miraba con recelo al novio que llegaba virgen al altar, sospechando que podía ser homosexual o impotente. Teniendo en cuenta que la finalidad del matrimonio era la reproducción, ambas cosas habrían sido muy negativas; por lo tanto, que el novio no fuese virgen era perfectamente normal e incluso un alivio.

En el caso de las mujeres se aplicaba un mayor celo y sí se suponía que debían llegar vírgenes al matrimonio, no solo por un tema moral sino porque el hombre que se casaba con ella no querría hacerse cargo de un hijo que no fuese suyo. A la práctica, sin embargo, había maneras – incluso descritas en tratados de medicina – de “falsear” la virginidad, algunas tan ingeniosas como repulsivas, como introducir sanguijuelas en la vagina para que sangrase durante el acto.

Fuente: Historia | National Geographic

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