Escribo estas notas regresando de la Marcha #ElINENoSeToca le cuento lo que vi y la reflexión que me queda al respecto.
Debo decirle que vi esperanza, parejas, familias con niños, adultos mayores y gente muy joven; todos unidos en torno a un objetivo: evitar los cambios propuestos por ejecutivo al Instituto Nacional Electoral.
Me encontré a Sarah y Juan, una pareja como de entre 65 y 68 años, cabello cano, Juan cargando una pancarta que decía: “El INE no se toca”, en sus propias palabras Juan decía, bajo la mirada y sonrisa de su esposa: “Tardamos 35 años en construir un modelo democrático, no vamos a perder eso, es nuestra herencia para las generaciones futuras”.
En el Paseo de la Reforma a la altura de la embajada me topé con Julisa y Damián, traían cada uno una mochila, bastante incómoda cargada de botellas de agua “por si se ofrecían, para la gente que quizás las necesitara”.
Conversé con Joaquín, un vecino de Izatcalco que me dijo: “Esto es un llamado a los diputados y senadores que tienen el verdadero poder, para cambiar esta reforma que no tiene pies ni cabeza”.
Vi muchas sonrisas y alegría, gente que sus consignas no sonaban a revancha, pancartas cuya agresividad terminaba en carcajada por lo ocurrentes y asertivas; vi alegría (de nuevo y por todos lados) vi sin duda un espíritu de buen ánimo, camaradería, alegría y sobre todo esperanza.
Un detalle extraño
Vi mucho color, sonrisas, buena actitud, gente vestida de colores vivos y claros, en una esquina de Paseo de la Reforma por donde estaba el edificio de la CFE, un grupo de gente vestida de cuero negro y pantalones de mezclilla negros; con pancartas que decían “EL INE si se toca” y “¡Reforma al INE va!” con insultos y malas caras y modos, eran invitados por la gente a sumarse; sin increparlos, sin gritarles, sin dejar de sonreír; no vi cuanto tiempo estuvieron ahí, pero muy poco estuvieron gritando y la marcha continuó.
La reflexión
Pienso que las calles no son de nadie y son de todos; no son de nadie porque las movilizaciones no son exclusivas de tal o cual ideología, partido o dirigente; son de quien las gana, no de quien las agrede; son de quienes llenan con ríos de personas a la búsqueda de soluciones comunes, no de quien las bloquea.
Las calles son de todos, porque todos tenemos voces que deben hacerse escuchar, desde la menos informada, la menos letrada, a la que le cuesta trabajo expresar sus ideas, hasta las más ilustradas, sistémicas e informadas; las calles como hace un siglo o antes, son el paraninfo de la democracia, muy a pesar de las redes sociales; éstas no cuentan, no sirven, son apenas el canal de convocatoria; el proceso de rescate de la democracia, en todo el planeta, pasa por las calles.
Ciertamente, como dijo José Woldenberg ayer, tomar las calles es un derecho y tomarlas con el ánimo entusiasta es muy motivador; tomar las calles con un objetivo pacífico e inteligente, es refrescante y esperanzador.
Necesitamos tomar las calles, las tertulias, las conversaciones comunes donde se ha infiltrado el desanimo o el espíritu de división, para cerrarle el paso al cáncer que pudre nuestras relaciones sociales.
Ojalá que el Presidente reflexione y recule, ese sería su gran legado, fortalecer la democracia y respetar las leyes, pero sobre todo escuchar a la totalidad de eso que él llama “el pueblo”.
Ojalá que veamos un cambio de lenguaje en las intenciones del ejecutivo y este espíritu de camaradería se extienda, México se lo merece.
Ojalá que suceda, aunque la evidencia me dice que no, quiero mantener el buen ánimo de lo que acabo de ver, para imaginar un México con un futuro esperanzador.
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