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Eufrosina Cruz: “Los indígenas somos chingones, no víctimas”

La hoy diputada federal relata cómo comenzaron a dolerle las miradas, conoció la discriminación y cuando entendió que debía actuar.

Eufrosina Cruz Mendoza encarna una historia exitosa de rebeldía que inició en la sierra zapoteca de Oaxaca. 

En el libro “Los sueños de la niña de la Montaña”, editado por Grijalbo, la actual diputada federal cuenta su vida, desde que la llamaban ¡Brezin! para reprenderla por ser una niña rebelde; cuando era La China, que jugaba con los niños en las Canchas (contrario a la tradición); cuando la llamaban La Loca que se rebeló ante la idea de tener que casarse a los 12 años, aunque por ello tuvo que salir del pueblo; cuando la llamaban La Chayote porque la asignaron a Chayotepec como instructora comunitaria; cuando consiguió que la llamaran La Contadora, La Candidata (a la que le impidieron gobernar por ser mujer, por ser profesionista y por no vivir en su pueblo); cuando la llamaban La Presidenta (del Congreso de Oaxaca), cuando le decían La Secretaria o, ahora La Señora Diputada.

Y en esa vuelta, relata cómo comenzaron a dolerle las miradas, cómo conoció la palabra discriminación; cuando fue que entendió que debía arrebatarles sus sueños a las circunstancias, cómo se privó del amor y muchas cosas más; cómo  se convirtió en problema; cuando fue noticia en periódicos internacionales y hasta cuando descubrió que su nombre significa alegría en un museo del otro lado del mundo.

¿Cuál es el objetivo de este libro?

Traté de plasmar la historia de mi vida, mi historia por la política y de mujer adulta.

Quería un texto que reflejara lo que soy y, gracias a la editorial Grijalbo, tuve la oportunidad de contar mi rebeldía, mi terquedad.

Quiero que el lector sepa que, a través del esfuerzo, rebeldía y constancia, se puede arrebatar a las circunstancias lo que uno sueña.  Nada sucede si uno no le lucha.

Brezín, la niña de las montañas

¿Cómo vivió la parte de su vida cuando la llamada ¡Brezín!?

En zapoteco eso significa Eufrosina. Mi padre me gritaba ¡Brezín! para reclamarme para qué chingados me había ido a escondidas a la cancha.

Dese entonces fui desafiando esas normalidades que la sociedad nos impone. En donde dicen: tú tienes que hacer esto; te tienes que casar, debes tener 10 hijos y que uno piensa que es lo normal y lo va aceptando, aunque en eso va implícita la violencia, la desigualdad.

Traté de plasmar la travesía, la terquedad de esa niña que desafió lo que papá le decía: de hacer tortillas (cosa que nunca le gustó), de levantarse todos los días a las tres de la mañana y ser la última en dormir, junto con mamá; de casarse a los 12 años, de tener hijos. Quizá ese era el destino de esa niña y dijo ¡pus no!, que el origen no podía definir su destino, mucho menos eso que se llama usos y costumbres.

La China, una adolescente en rebeldía

Cuando sus amigos se referían a usted como La China, ya tenía muy claros sus sueños y se permitía vislumbrar otro futuro. ¿Cómo era en esa parte de su vida?

Como una niña que no pelaba a nadie y que no se iba a hacer la actividad cotidiana, como ir a darle de comer al marrano y lo que según la costumbre me tocaba hacer.

Pero dentro de eso fui feliz. A lo mejor no pude tener una muñeca, porque no lo tenía a la vista, no las conocía. Por eso hablo de este poder de las imágenes (de revistas que le mostraba su maestro de primaria); de cómo una imagen puede cambiar  y trascender  tu vida, tu realidad y que te enseña la posibilidad de soñar, de decir ¿cómo se llega  eso? Entonces, empiezas a tener aspiración y esa hambre de quiero llegar, quiero descubrir si existe o no y  cuando llegas y te das cuenta de que sí existe, te das cuentas que los sueños sí son posibles.

¿Qué importancia tuvo para usted acceder a la educación, sobre todo como instrumento para arrebatarle los sueños a las circunstancias?

Pues la educación es la herramienta más poderosa. fue la que me enseñó a descubrir mi conciencia, romper mis miedos, romper mis paradigmas. A reflexionar, a exigir, pero, sobre todo, decidir cómo quiero hacer las cosas.

Ningún programa de gobierno te puede dar esa conciencia de libertad. 

La Chayote, la instructora de Chayotepec

¿Qué rescata de la etapa que fue instructora comunitaria?

Me tocó ser instructora comunitaria de Conafe (y sus compañeros se llamaban entre sí por el nombre de la comunidad en la que eran asignados. Ella estaba en Chayotepec y le decían Chayote)

Empecé a entender que, así como mi historia había miles y todas querían desafiar las circunstancias, pero que no había un maestro, como mi maestro de primaria, Joaquín, que le enseñara a esa niña que no era malo jugar canicas en el pueblo, que no era malo brincar en la cancha polvosa de la comunidad, que eso no la hace ni mas ni menos niña y a los varones, ni más, ni menos niños. Que no es malo ir al barranco a jugar resbaladillas.

Eso me hizo entender que yo tenía que ir sembrando, no sé, de 10 niñas que había en cada comunidad, que entendieran eso.

Valió la pena estar lejos de tu familia para que viera esa libertad y que  pudiera construir otras conciencias de libertad.

La Contadora y la Candidata

Parece que el hecho de que no aceptaran su triunfo como presidenta municipal de su tierra pudo marcar para mal su vida, pero parece que la impulsó. ¿Cómo fue ese episodio?

Yo creo que fue el segundo momento que me marcó en la vida como mujer. Ese día  fue el día que más odié ser mujer. Las palabras en nuestra lengua son muy fuertes. Los insultos fueron muy fuertes. Te enfrentas a una asamblea de hombres y empiezas a decir ¿qué chingados estoy haciendo aquí?, mejor aquí la dejamos. Pero cuando  llegas y te encuentras con el rostro de las mujeres y que te digan: no te vayas a agüitar, estamos contigo hasta el final.

Al final del día, tú ya eras la letrada, ellas no, eran ellas las que sufrían esa cotidianidad de la violencia. Entonces entiendes que tenías que estar del lado de ellas para poder visibilizar y que hoy se haya podido realizar una reforma a la Constitución de mi estado, a la de mi país (para garantizar el derecho de la mujer a votar y ser votada en las comunidades indígenas) y que la ONU haya adoptado una línea en ese sentido, entonces dices vale la pena ir a contracorriente.

La Loca; ni tanto

¿Qué tan importante fue para usted el Premio Nacional de la Juventud?

Yo creo que fue un reconocimiento que te hace tu país a que no estás tan loca, con lo que haz hecho en tu vida y que te reconozcan a nivel nacional también porque fue la primera vez que me traje a mis papás para que conocieran la Ciudad de México, la capital de su país. Ese día eran como dos niños descubriendo el mundo.

Ahí estaba mi papá en una habitación con regadera con jacuzzi descubriendo eso. Eso también me marcó.

La Legisladora

¿Cuándo se dio cuenta que tenía capacidad de incidir en los asuntos públicos? ¿Cómo fue su experiencia como diputada local?

Tenemos que darnos cuenta de que sí tenemos capacidad. Lo que a lo mejor tenemos que construir y lo hacemos todos los días es la experiencia. 

¿Qué fue más gratificante, ser legisladora o secretaria de Pueblos Indígenas y Afromexicanos de Oaxaca?

Cada uno me ha dejado, vivencias, experiencias y retos. El haber sido la primer mujer presidenta del Congreso, el haber logrado una reforma a la constitución de mi estado, el haber logrado una reforma a la constitución de mi país; en la secretaría haber logrado visibilizar un espacio de toma de decisiones e implementación de políticas públicas, en favor de los pueblos indígenas pero ya con la palabra correcta ya no como asuntos indígenas sino como pueblos indígenas y visibilizar la población afro, pues cada uno fueron retos para mi y tratamos de hacerlo con el corazón y con el alma.

¿Cuánto nos falta para ya no tratar a los pueblos indígenas como menores de edad?

Creo que cambiar la forma en que vemos a los pueblos indígenas. Creo que como sociedad tenemos que aprender a ver a los pueblos indígenas. No como ciudadanos de segunda, no como niños chiquitos, no como jodidos. No meterlos como grupos vulnerables sino generarles oportunidades para que sean libres, independientes. Somos chingones. No somos víctimas.

¿Qué le falta por hacer?

Un chingo de cosas. Mi sueño es que nunca más una niña sea casada a los 12 años por que así lo dice la costumbre… y un día gobernar mi estado.

Fuente: ElEconomista

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