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¿Cuáles fueron las investigaciones secretas de Nikola Tesla?

Una parte de sus notas y cuadernos se encuentran en una biblioteca donde solo puede entrar personal de inteligencia.

Todas las mañanas, cada vez que nos levantamos y encendemos la luz, homenajeamos a de uno de los inventores más peculiares y mitificados de la historia, un hombre extravagante de casi 2 metros de alto, voz aguda y porte de cigüeña nacido en la media noche del 9 al 10 de julio de 1856 en el pueblecito croata de Smiljan, entonces perteneciente al Imperio Austro-Húngaro. Era un ser tan peculiar de un origen tan extraño que un día el gran Edison, incapaz de encontrar referencia alguna sobre su pueblo de origen, le preguntó si había comido alguna vez carne humana.

“El progreso del hombre depende vitalmente de la invención. Es el producto más importante de su cerebro creativo”. Así comienza su autobiografía Nikola Tesla. Fue el cuarto hijo de una familia de cinco y si hay algo que se puede decir de Tesla es que era un enamorado de la electricidad y el magnetismo. Por ello la comunidad científica internacional reconoció sus aportaciones al bautizar la unidad de intensidad de campo magnético con su apellido.

En 1875 ingresó en la Escuela Politécnica de Austria y 5 años más tarde se mudó a Budapest para trabajar en la compañía telefónica del país. Allí inventó lo que para algunos es el primer altavoz de la historia. Pero el inquieto croata poco iba a quedarse. En 1882 marchó a París para trabajar en la filial europea de la empresa del mundialmente famoso Thomas Alva Edison. Dos años más tarde cruzaba el Atlántico y se dirigía a las oficinas centrales de la compañía para entrevistarse con el gran inventor. Únicamente llevaba consigo un carta de recomendación de quien fuera su jefe en Europa, Charles Barchelor. La carta decía: «Conozco a dos grandes hombres y usted es uno de ellos; este joven es el otro». Justo cuando Tesla cruzaba la puerta del despacho de Edison, el ‘gran hombre’ se enfrentaba a un problema: el barco Oregón necesitaba reparaciones en la dinamo que proporcionaba electricidad a la nave y no tenía a ningún ingeniero disponible; así que envió a Tesla.

Esa misma noche Tesla se cruzó con Edison y un grupo de sus ayudantes en la Quinta Avenida. «Mirad, aquí tenemos a nuestro parisino dando una vuelta». Entonces Tesla le dijo que ya había arreglado la dinamo del barco. Mientras se alejaba pudo escuchar cómo Edison decía, «es endemoniadamente bueno«. No se equivocaba, y el futuro le daría la razón. El problema era que ambos eran dos gigantescas personalidades totalmente contrapuestas; Tesla era culto, refinado, hablaba con suavidad, dominaba varios idiomas y le apasionaba de la ciencia. Edison era desvergonzado, pelín rústico y con un abierto desdén y desprecio hacia las teorías científicas: si no producían dinero no tenían ningún valor. Era cuestión de tiempo que ambos se enfrentaran, algo que sucedió en las llamadas “guerras de la corriente”: Edison era partidario de la corriente continua; Tesla, de la corriente alterna.

Entre 1892 y 1893, Tesla dio cuatro conferencias en Europa y América que le convirtieron en el científico más famoso de la época. Con aparatos diseñados, construidos y probados por él mismo al menos una veintena de veces, se dedicó a demostrar que la corriente alterna se podía controlar sin peligro. Él mismo se sometía a una tensión de dos millones de voltios hasta que aparecía una aureola de luz a su alrededor. Entonces explicaba que las corriente alterna de alto voltaje y de frecuencias altas fluyen por la superficie externa de la piel sin causar daños.

En sus demostraciones este «mago de la electricidad» lanzaba chispas por la punta de los dedos, encendía bombillas y derretía metales al dejar pasar la corriente eléctrica por su cuerpo, y cuando chasqueaba los dedos producía una bola de fuego que sostenía en su mano sin quemarse al tiempo que hablaba de los misterios de la electricidad y el magnetismo. La audiencia de los dos continentes, fascinada, lo encumbró a lo más alto.

Pero la aureola de misterio que rodea la figura de Tesla se la debemos a la polvareda levantada alrededor del año 1899 que dedicó a sus experimentos secretos realizados en Colorado Spring, en donde que, por ejemplo, había estado experimentando con un rayo desintegrador. El propio Tesla hablaba de un arma de “telefuerza”.

Murió el 7 de enero de 1943 solo, en la habitación 3327 del New Yorker Hotel en la Octava Avenida. Nunca se casó y se mantuvo célibe toda su vida. A su funeral asistieron más de 2 000 personas y los portadores del féretro fueron premios Nobel. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas reposan en una urna esférica, su objeto geométrico favorito, en el Museo Nikola Tesla de Belgrado.

Pero sin duda quien más ha alimentado  la leyenda ha sido el propio gobierno de EEUU. A su muerte la mayor parte de sus archivos y aparatos fueron recogidos y almacenados por la Office of Alien Property Custodian, un departamento del gobierno que durante la Primera y Segunda Guerra Mundial servía como custodio de propiedades que pertenecían a ciudadanos de países enemigos. Que se hiciera cargo de sus papeles es algo asombroso, pues Tesla tenía nacionalidad norteamericana. Cuando el Departamento de Defensa se puso en contacto con el FBI, sus archivos fueron declarados secretos: en palabras de J. Edgar Hoover, era “el caso más secreto debido a la naturaleza de sus inventos y patentes”.

La mayor parte de sus archivos “sensibles” fueron publicados en 1978 por el Museo Nikola Tesla bajo el título Notas de Colorado Springs 1899-1900. Sin embargo, y según descubrió su biógrafa Margaret Cheney, existe una parte importante de sus archivos que se encuentran “en la tercera de las tres bibliotecas que tiene una conocida agencia de investigación para la defensa”. La primera de ellas está abierta al público, la segunda es de acceso semi-restringido y esa tercera biblioteca solo puede la pueden visitar personal de inteligencia. Ahí están los papeles perdidos de Tesla. ¿Qué es lo que esconden? Solo unos pocos lo saben.

Fuente: Muy Interesante

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