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Estas son las primeras huellas de la vida en la Tierra

En las dos regiones donde se encuentran las rocas más antiguas del mundo, Barbeton e Isua.

En Sudáfrica se encuentra una región montañosa llamada Barberton. En ella podemos encontrar una de las mayores riquezas en biodiversidad del planeta, con más de 1.500 especies de plantas registradas, 350 de pájaros y 80 especies de otros animales. Pero Barberton no sólo nos habla de la enorme diversidad de vidaque hoy existe sobre el planeta; también contiene algunas de las rocas más antiguas, mejor preservadas y menos alteradas de la Tierra. Barberton es una de las regiones más viejas del planeta; sólo las rocas de Isua, en Groenlandia, son anteriores. Y es en ellas donde los científicos buscan las evidencias más antiguas de la existencia de vida sobre nuestro planeta, quizá en forma de bacterias fósiles. Pero, ¿de dónde vinieron?

El origen de la vida siempre nos ha intrigado. No obstante, no fue hasta 1922 cuando se empezó a investigar científicamente. Ese año un bioquímico ruso de 28 años, Alexander I. Oparin, presentaba sus ideas en una reunión de la Sociedad Botánica de Moscú. Nadie le hizo mucho caso hasta 1938, cuando apareció la versión inglesa de su libro -publicado dos años antes- y donde presentaba de manera completa sus teorías: por fin había una hipótesis científica sobre cómo pudo surgir la vida. El concepto esencial era que la vida apareció de una sopa diluida y caliente de materia orgánica en presencia de una atmósfera reductora, sin oxígeno. Rayos, volcanes y la radiación solar colaboraron aportando la energía necesaria para formar las complejas moléculas de la vida por obra y gracia de los graduales e ineluctables mecanismos de la evolución química.

Pero la verdadera vuelta de tuerca que hizo del origen de la vida un campo legítimo de investigación científica sucedió en 1952. Esta vez le tocó a un joven graduado de la Universidad de Chicago llamado Stanley Miller, cuando quiso comprobar experimentalmente las ideas de su tutor, el premio Nobel de química Harold Urey, basadas en las Oparin. El experimento original duró una semana y era tan sencillo que la revista Scientific American publicó la forma en que cualquiera podía reproducirlo.

Todo se reducía a un poco de agua hirviendo, metano, amoniaco, hidrógeno y unos electrodos de donde saltaban chispas. Cuando terminó el matraz se encontraba recubierto de un mejunje insoluble, un subproducto muy común cuando se producen reacciones orgánicas. Pero un 15% no se había convertido en ese pegajoso alquitrán. Miller le preguntó a Urey qué era lo que esperaba encontrar y él le contestó: “El Belstein”, un manual de varios volúmenes donde se describen millones de compuestos orgánicos. Lo maravilloso del experimento es que aparecieron unos productos pertenecientes al grupo de los ácidos carboxílicos en cantidades considerables. Esto no nos dice nada, pero si recordamos que los aminoácidos pertenecen a este grupo la cosa cambia. El trabajo de Miller provocó un gran revuelo y muchos se pusieron manos a la obra para llevar un paso más allá esos resultados. Nueve años más tarde el españolJoan Oró, en la Universidad de Houston, lo dio sintetizando una de las bases del ADN y ARN: la adenina. El camino para entender cómo aparecieron las moléculas de la vida empezaba a desbrozarse.

Ahora bien, ¿dónde surgieron estas moléculas? ¿Se formaron en nuestro planeta o vinieron del espacio? Ésta última idea, conocida como panspermia, fue enunciada por primera vez por el químico sueco Svante Arrhenius en 1903, cuando sugirió que formas microscópicas de vida, como las esporas, podían encontrarse en el espacio y de vez en cuando caer sobre un planeta sembrándolo de vida. ¿Es esto posible? Quizá. En 1972 cayó en Australia un meteorito, conocido como el meteorito Murchinson, donde se encontraron 74 aminoácidos, de los cuales 55 de probable origen extraterrestre.

Si la química prebiótica se oculta tras un velo por ahora impenetrable, no es menor el misterio de dónde surgieron las primeras formas de vida. Una primera pista apareció en 1964, cuando el biólogo Thomas Brock, de visita en el parque nacional de Yellowstone, descubrió microbios en los manantiales de aguas termales. Al verano siguiente descubrió algas que vivían en lugares donde la temperatura alcanzaba los 60ºC y bacterias en manantiales a 82ºC. Por decirlo muy llanamente Brock encontró vida en agua hirviendo. ¿Surgió la vida en este tipo de entorno, que puede encontrarse en las zonas de subducción de las fosas oceánicas, donde las placas de la corteza chocan y se hunden bajo la placa contigua? Lo cierto es que el descubrimiento de los llamados microorganismos extremófilos ha ampliado los restringidos límites que los biólogos habían impuesto a la vida. ¿Son el ancestro común a todos nosotros?

En la helada región de Isua, en Groenlandia, se encuentra la última pieza del puzzle. En rocas de hace 3.900 millones de años se ha descubierto una proporción extraña entre dos isótopos, dos tipos, de carbono: el C-12 y el C-13. Sólo se diferencian en que uno tiene un neutrón más, lo que le hace ser un poco más pesado. A pesar de que ambos participan del mismo modo en las reacciones químicas, las de los organismos vivos prefieren el más ligero. Y las rocas de Isua poseen una cantidad de C-12 anormal e idéntica a la que se encuentran en fósiles y seres vivos.

¿Prueba esto que existía vida, a la vez que oxígeno, hace 3.900 millones de años, sólo unos pocos cientos de millones de años después de la formación de la Tierra?

Fuente: Muy Interesante

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