Luego de navegar por corrientes expresivas en las que la pintura fue durante mucho tiempo la responsable de impregnar al ojo una memoria con sutiles dosis de imaginación, vino el espejo de la realidad para capturar con una definición solo concebible por el ojo, la realidad. La foto roba un pedazo y el lienzo la retiene.
Tal vez por eso cuando un fanático de los procesos análogos de la fotografía se asusta con el desmesurado paso digital, vale la pena cerrar el diafragma para ampliar la profundidad de campo y con ella, la perspectiva.
La foto y la pérdida de la imaginación
En un momento histórico en el que pusieron a cada par de manos un dispositivo multiusos que toma, comparte y permite comentar fotos, el acto de imaginar se vuelve accesorio y francamente escaso.
De la misma manera en la que vamos por el mundo capturando y almacenando instantáneas, la mente hace lo mismo con ideas, conceptos y tareas en un rutinario ejercicio de ingesta de datos e información que relega paulatina, pero constantemente a la imaginación, razón por la cual Baudelaire criticaba duramente a la fotografía.
Lo cierto es que ahora no es suficiente contar con una sola red social o leer un solo artículo: si no se está conectado de manera permanente, surge la sensación y el miedo a quedar anacrónico, lo que la jerga y también especialistas de alteraciones en la conducta abrevian como “FOMO”, por las siglas en inglés de “Fear of Missing Out”.
Pero ¿a qué le teme quien no puede ver los más de 26 mil millones de videos que hay en YouTube o los más de 500 millones de tweets que se hacen al día? ¿Qué se estaría pendiendo quien no logra ver los más de 15 mil títulos que tiene Netflix?
En realidad, no se pierde nada, salvo tiempo y la percepción de no estar enganchado, situación que desde otro ángulo es maravilloso, ya que da pie a la libertad para hacer y con ello, decidir.
¿En qué se parece un cráneo a un WC?
En esa cadena fabril que ahora es la cabeza posmoderna —la que no puede parar porque tal vez tampoco lo quiere o sabe hacer— viven imágenes mentales, recuerdos recientes, obsesivos diálogos internos, melodías en bucle, recuerdos incesantes, pensamientos ciclados, proyecciones del futuro y preguntas sin respuesta. Cansa solo expresarlo, pero la mente se ha entrenado a no parar.
En un estado permanente de saturación, especialistas como el Dr. Richard Davidson, neurofisiólogo de la Universidad de Wisconsin-Madison, aseguran que no hay retención ni creatividad. Pero no por falta de información, sino debido a lo contrario: la mente está abrumada.
Con una fuerte carga de estrés por una avalancha de pendientes, tareas que urgen ser resueltas cuanto antes, escasos tiempos de calidad para descansar, y la falta de claridad en torno de una sola tarea, la mente se ve diariamente entrenada a ser fracturada. Y con ella, sus facultades de atención y retención.
Pero son también los neurocientíficos y estudiosos de la conducta quienes han dejado claro que las grandes ideas surgen de un estado de calma y apertura, no del de la agitación y la sobrecarga emocional.
Esto puede equipararse al proceso más simple de descarga en el cuerpo humano: ¿qué sucedería si el organismo no fuera capaz de excretar sus alimentos? Simplemente se sobrecargaría y habría un momento en el que tal descompensación requeriría atención urgente.
De la misma manera, uno le puede “jalar” al cerebro para despejarlo, limpiarlo y hacerlo funcional.
Vaciando la mente
El ejercicio es muy sencillo: para notar sus beneficios requiere un par de semanas de constancia y se puede usar cualquiera de estas dinámicas de forma aislada o hacerlas en conjunto.
- Por la mañana, recién te levantas, procura hidratarte como la primera actividad del día. El 75% de la masa cerebral se compone de agua, Compensar la falta de este recurso por alrededor de 8 horas resulta indispensable para su funcionamiento.
- Escribe lo que creas que te pueda agobiar durante el día, dejando que la mente fluya sobre la página. Estarás volcando lo que no tiene que estar dentro, estorbando.
- Procura cobrar la autoría de tus palabras, acciones y pensamientos. Esto es, evita la conducta automática o inercial. Puedes poner alarmas durante el día para recordar esto.
- Descansa en serio. Toma pausas conscientes luego de periodos de, máximo 40 minutos de trabajo. Evita el celular o la computadora como procesos de descanso. Procura relajarte unos 10 minutos caminando y notando cómo fluye el oxígeno por el cuerpo. Notarás un verdadero sentido de relajamiento y sus efectos en lo que a continuación realices.
- Regresa a lo que te emociona. No puedes anteponer la inacabable lista de pendientes, proyectos en puerta, urgencias hechas notificaciones y la serie de responsabilidades periódicas a las actividades que genuinamente te llenan y alimentan. Agenda una de estas un par de días a la semana y encontrarás espacio en la mente para ventilar mucho mejor su contenido.
- Suelta. Permitir que la mente descanse en su estado natural: uno de calma, claridad y libre de aferramiento, le permite respirar y regenerarse. La clave es verdaderamente soltar y descansar de los conceptos por un periodo de 5 a 25 minutos. Basta intentarlo para comprenderlo.
Son, en realidad, trucos de reconexión. Otro tipo de flujo sanguíneo que probablemente se olvidará o ignorará, por simple, básico o poco instagrameable.
Por eso hace todo sentido que Baudelaire le haya tenido tan mala voluntad a la fotografía. Fue él también, quien acuñó el término “modernidad” con la intención de nombrar la experiencia efímera y transitoria de la vida cotidiana en una urbe.
Y el artista sería aquel que lograra dar dos pasos atrás de la escena, vaciar su mente y exponer a manera de reivindicación lo que sucediera.
Fuente: forbes