Besos furtivos, lascivos, robados, tímidos, hambrientos… Besamos a plena luz del día y en lo más oscuro de la noche. Damos besos ceremoniosos, afectivos, al aire, besos de muerte y, al menos en los cuentos, piquitos que reviven princesas. ¿Has intentado definir lo que es un beso? El microbiólogo Henry Gibbons lo describió como “la juxtaposición anatómica de dos músculos orbicularis oris en estado de contracción”. Una definición basada en ese músculo esfínter que es una especie de cinta en forma de anillo que circunda los labios, extendiéndose hasta el mentón y discurriendo entre la nariz y el labio superior. Gracias a él podemos fruncir los labios y hacer muchas cosas interesantes.
Por supuesto, se trata de una definición a años-luz de la de Cyrano de Bergerac: “Un juramento que se hace tan cerca/un acuerdo que busca una ratificación/una exacta promesa/una «o» rosa en la palabra amor/un secreto dicho en la boca, no en el oído». Menos poéticamente, en una encuesta realizada por los caramelos Smints, mujeres y hombres norteamericanos daban su propia definición, que iba desde mantequilla fundiéndose, a sentirse golpeado por una ola, algo parecido a las vibraciones en un concierto o, más prosaicamente, una canasta de tres puntos que gana el torneo universitario estadounidense de baloncesto. A pesar de todo, para muchos de nosotros poco hay mejor que un buen beso. Te acercas a tu amor, cierras los ojos y… fundido en negro.
Pero un beso no es solo eso. «Besarse no es únicamente labios encontrándose con otros labios» dice Sarah Woodley, bióloga de la Universidad Duquesne en Pittsburgh. Algo así debían tener en mente la Women’s Christian Temperance Union cuando en 1901 lanzó una campaña en EE UU para informar de los peligros de besar en los labios. Tampoco puede sorprender que tan entusiasta campaña fracasara.
Besar es cansado y peligroso
Eso sí, besarse acaba siendo fatigoso. En la década de 1930, el experto maquillaje de origen polaco Max Factor -cuyo verdadero nombre era Maximilian Faktorowicz- decidió dejar de utilizar gente para comprobar lo que duraban sus lápices de labios. Los probadores se cansaban y se aburrían así que los reemplazó por una máquina de besar que presionaban dos labios hechos de goma una y otra vez.
Por cierto, alguna vez, en mitad de un beso, has pensado ¿por qué demonios estoy haciendo esto? La verdad es que es un poco asqueroso. Nos pasamos varios miles de colonias de bacterias con cada besuqueo, además de un generoso intercambio de saliva, y es un excelente método para propagar no ya la gripe, sino la meningitis, el herpes y la mononucleosis. ¿Qué hace ahí, en nuestro comportamiento? ¿Es algo instintivo o aprendido? ¿Proporciona alguna ventaja evolutiva?
No todos los humanos se besan
A principios del siglo XX el filólogo danés Kristoffer Nyrop describía tribus finesas cuyos miembros se bañaban juntos pero consideraban el beso como algo indecente. En 1987 el antropólogo Paul d’Enjoy informó que en ciertas zonas de China es tan horrible besar en la boca como para nosotros lo es el canibalismo. Y en Mongolia los padres no besan a sus hijos, sino que les huelen la cabeza.
De acuerdo con el pionero de la etología humana Irenäus Eibl-Eibesfeldt, el 10% de la humanidad no junta sus cabezas para intercambiar saliva, un dato corroborado por la antropóloga Helen Fisher en 1992. Según ella, alrededor de 650 millones de miembros de la especie humana no han aprendido el arte de la osculación. De hecho, y según los antropólogos culturales, no tienen ni idea de qué va ese asunto. Por lo demás, el beso es una expresión de afecto en nuestra cultura moderna occidental, pero en otras muchas lo que representa es respeto hacia el otro, sin connotación sexual. Así, resulta complicado que un musulman estricto bese a su mujer en la boca como señal de cariño. Hace algunos siglos en los países eslavos el beso no se veía como algo sexual.
Para echar más leña al fuego hay una amplia variedad de acciones que constituyen lo que nosotros llamaríamos un beso. Durante la Primera Guerra Mundial uno de los padres de la antropología modena, Bronislav Malinowski, visitó las islas Trobriand (hoy islas Kiriwina) en las costas de Nueva Guinea y descubrió que un beso allí consistía tanto frotar la nariz y la mejilla, como un vigoroso sorber de los labios o morderlos; morder los labios, el mentón y la mejilla, tirar del pelo o la aún más extraña acción de comer las pestañas del otro.
¿Se besan los animales?
Sin embargo hay animales que se besan, o al menos eso parece. Para algunos investigadores el beso íntimo podríamos haberlo heredado de nuestros antepasados primates. Los bonobos, genéticamente muy cercanos a nosotros, son un grupo particularmente apasionado. Frans B. M. Waal, primatólogo de la Universidad Emory, recuerda a un cuidador que aceptó con gusto lo que pensaba que era una beso amistoso por parte de uno de nuestros primos, hasta que notó la lengua del primate en su boca.
De Waal reconoce como algo muy extendido en el mundo animal el uso de la reconciliación para reparar relaciones sociales dañadas. Se ha encontrado que existe en muchas especies de primates, tanto en cautividad como en libertad. «Los chimpancés, por ejemplo, se besan y abrazan después de una pelea«, comenta De Waal. Los bonobos son especialmente efusivos: “se besan tras las peleas, para recomfortarse, para desarrollar alianzas sociales y en ocasiones sin nigún motivo aparente, como nosotros”. Jane Goodall, durante sus observaciones de los chimpancés de Gombe (Nigeria) a menudo vió cómo los machos de menor rango se agachaban sumisamente y beaban alguna parte del cuerpo del macho dominante. Y muchos primatólogos han observado cómo una madre chimpancé tranquiliza a su asustado pequeño: acariciándolo y besándole en la cabeza.
El beso animal tiene diversas caras: muchos mamíferos se lamen las caras, los elefantes meten su trompa en la boca del otro, los pájaros se tocan el pico y los caracoles se acarician las antenas. En algunos casos los animales acicalan al otro antes de besarse.
Fuente: Muy Interesante