Después de siglos de paz inmutable, una manta oscura envolvió los valles y picos más altos de Japón. A partir del periodo Edo, durante la Edad Media, el país del sol naciente se rindió a sus más profundos horrores, insertos entre la naturaleza y su gente. En este periodo de sombras ominosas, aparecieron los Shinigami: los dioses de la muerte que infundían susurros suicidas entre los japoneses. Ésta es su historia.
Shinigamis, el susurro suicida dentro de las profundidades del corazón
La superstición siempre nos ha rodeado, siendo, a fuerza de miedo, confusión o ignorancia, casi una condición humana. Nombrar lo que nos aterra y atrae es completamente humano. Sin nombre, no sabríamos a qué temer. Sin nombre, para la humanidad, cualquier evento, cualquier ente o fuerza sobrenatural está lejos de nuestra mirada. Nombradas las cosas existen.
Fantasmas, espectros, demonios son palabras que resaltan en cualquier contexto, en cualquier conversación y con cualquier persona (de una u otra manera). Dos cosas pueden ocurrir en el corazón del interlocutor: temor o interés.
Nombrar es hacer existir, con las palabras las cosas se hacen corpóreas. Sin embargo, hay muchas maneras de nombrar una cosa. Y los nombres no permanecen intactos. Los hablantes y el tiempo cambian el significado de las palabras y, por lo tanto, de la realidad, haciendo que la forma de nombrar las cosas tenga su sello propio, así como sus propias pulsiones, puntos de vista y horrores profundos.
Una sociedad hecha a la naturaleza
Las naciones del mundo tienen su propia manera de nombrar las cosas. Es decir, tienen lenguas diferentes y culturas particulares. La manera de conjurar las cosas siempre está en estrecho contacto con el tipo de espacio en el que se encuentre una sociedad. Asimismo, su manera de interactuar con dicho espacio juega un papel igual de importante para la idiosincrasia sociocultural.
En el caso de los japoneses, es muy interesante su manera de ver y percibir su espacio. Ubicados en un archipiélago, donde la voluntad de la naturaleza puede parecer una merced férrea y enervante, su respeto hacia las inclemencias o bondades del tiempo se arraigaron en su cosmovisión con el paso de los siglos, casi incluso volviéndose parte esencial de su personalidad como nación.
Desde la prehistoria japonesa hasta el medievo, esta relación ser humano-naturaleza se mantuvo estrecha. Ejemplo de ello es la era Heian, nombre tomado de la entonces capital de Japón, Heian-Kyo (“la capital de la tranquilidad”). En esta época la sociedad aristocrática japonesa tuvo un periodo de desarrollo cultural muy alto. Esto es debido a la paz reinante en gran parte del país. El tiempo de guerras, traiciones y disputas políticas todavía distaba mucho de la corte Heian.
En contacto con la naturaleza
En esta sociedad se tenía como máxima virtud la sensibilidad artística. Quien no sabía versar, tocar un instrumento, pintar o tener alguna dote artística era visto como una persona sin virtudes. Este refinamiento hizo que la poesía y, más aún, la sensibilidad colectiva estuvieran muy en contacto con la naturaleza. En pocas palabras, se podría decir que, para la sociedad japonesa, lahumanidad estaba hecha a la naturaleza y no la naturaleza al ser humano. La tradición poética es un buen ejemplo para evidenciar esta relación:
“En la montaña veraniega canta el cuclillo,
si compasivo tiene el corazón mis suspiros no escucha”
-Anónimo[1]
“Del cerezo las flores no pierden pétalos sin viento.
El corazón humano desfallece en la calma”
-Ki no Tsurayuki[2]
La religión de la era Heian era el sintoísmo (religión que por mucho tiempo fue la oficial en todo el país hasta entrado el siglo XX). Esta religión planteaba un panteón de dioses (o “kamis”, traducido en japonés significa “dios”) que habían creado el archipiélago. Entre ellos, los dioses primigenios son Izanami e Izanagui, creadores del génesis japonés, seguido de ellos están los dioses principales: Amaterasu (la diosa del sol), Susanoo (dios del mar) y Tsukuyomi (la diosa de la luna).
El sintoísmo postula que el emperador es hijo directo de los dioses del génesis japonés. No obstante, hay también dioses secundarios y otros entes sobrenaturales que pueblan el panteón japonés. Es muy importante recordar en este punto que las culturas orientales distan mucho del entendimiento occidental. Es decir, su cosmovisión de la naturaleza, las deidades y las cosas en general no son como nosotros las vemos.
“Un kami es cualquier cosa maravillosa: dios u hombre, roca o arroyo, pájaro o serpiente, cualquier cosa sorprendente, sensacional o fenomenal, como en el mundo de los niños pequeños de hoy. No hay una línea nítida que divida a los dioses de los hombres, lo natural de lo sobrenatural, incluso como ocurre con los japoneses normales sin educación de hoy.”[3]
Lo sobrenatural es parte de la naturaleza. Simplemente es difícil de comprender.
Susurros en el camino
El sintoísmo no fue la única religión en el Japón medieval. Aunque en un principio el budismo era una religión menor fue ganando popularidad en la sociedad japonesa, creando subdivisiones de culto. Con el budismo se fue enriqueciendo la sociedad japonesa, con ello también su cultura.
Gracias al budismo, el panteón sobrenatural japonés fue ganando variedad. A éste se introdujeron las figuras demoníacas llamadas Oni (demonio traducido en japonés) Yokai y Tsuguko. Los Onis eran los verdugos del infierno budista, encargados de castigar a las almas en pena. Los Yokai que se pueden relacionar tanto con hechos naturales inexplicables, o con seres animales con malformaciones que aumentan su poder sobre los humanos[1].
Por lo general estas criaturas eran caricaturas grotescas de humanos, animales u objetos. Finalmente, aparecen objetos cotidianos que han adquirido autonomía (según algunos relatos, al llegar a los cien años de antigüedad) y que se conocen bajo la denominación de tsukumogami, para la que no poseemos en castellano un término exactamente equivalente.[2]
A la vista de lo insoportable
Incluso en estos personajes sobrenaturales no deja de existir esa fusión humano-naturaleza. Un ejemplo claro es el famoso Yokai llamado Kappa (traducido en japonés “niño del río”) que es una suerte de figura antropomorfa infantil con rasgos de tortuga. Este monstruo acostumbra acechar los ríos mientras los viajeros se bañan o toman agua.
“El principal deleite de los Kappa es desafiar a los seres humanos a un combate singular, y el desafortunado que recibe una invitación de este tipo no puede rechazarla”[3].
Para derrotar a un ‘kappa’ es necesario seguir su naturaleza. El kappa es un ser respetuoso, al inclinarse antes de la pelea, el viajero tiene que golpear la cabeza del kappa, ya que es débil en esa parte.
Derrotar un kappa puede parecer sencillo y hasta cómico. Sin embargo, el kappa es sólo una de muchas criaturas sobrenaturales japonesas. Existen las que son insoportables por su grotesca apariencia. Pero, hay una criatura en especial que ha llamado la atención desde el período Edo (siglo XVI) hasta la actualidad.
Una apariencia grotesca puede resultar un alivio cuando lo insoportable está dentro del corazón. Un kappa devorador de viajeros puede resultar esperanzador cuando un susurro, frío e incontenible llama a tu mano a terminar con tu vida.
El corazón humano desfallece en la calma
El shinigami (por su etimología “shi” “muerte” y “kami” “dios”, significa “dios de la muerte”) es un espíritu maligno que incita a las personas a acabar con su vida. Es mencionado en el famoso texto literario “Heike Monogatari” de la era Heian, está contenido en la suerte de catálogo sobrenatural “Ehon Hyaku Monogatari” de la era Edo, tiene un papel importante en la obra teatral del reconocido dramaturgo Chikamatsu Mozaemon “Los amantes suicidas de Sonezaki”. Por supuesto, aparece en una amplia de variedad de animes. Entre ellos, los más reconocidos, “Death Note”, “Bleach”, “Black Buttler”, de comienzos del nuevo milenio.
Lidiar con un shinigami en la antigüedad era una situación difícil. La tradición supone que el shinigami es más bien un espíritu que un dios. No obstante, su poder e influencia en la mente humana deja un gran vacío de temor no muy lejano al de un dios. Su voz entraba en la mente de sus víctimas, achacando errores ajenos a la víctima, exacerbando la culpa en los errores de la víctima, minimizaba los momentos de paz y eclipsaba los amaneceres y atardeceres no con visiones grotescas sino con una mirada hacia el vacío interior de su víctima.
Té y arroz
Para evitar que un shinigami te visitara, las personas tenían que tomar una taza de té y un plato de arroz.[1] En la era Heian, la muerte de un ser querido suponía que sus allegados estaban contaminados de un aura de muerte. Si un familiar cercano moría tenías que guardar cierto tiempo una distancia con tu círculo social. Esta también era otra forma de evitar un shinigami.
La lengua es de quien la habla, de la misma manera, los personajes son de quienes los escuchan y los narran. Los shinigamis también cambiaron con el paso del tiempo. Mantuvieron el aura de muerte que los destaca. No obstante, su papel en la vida de sus víctimas cambió. En el “Ehon Hyaku Monogatari” los shinigami inducen al suicidio de una manera tradicional, pero han pasado mas de 300 años desde esta concepción, la muerte ahora es vista de otra forma. Con ella, forzosamente la perspectiva del shinigami.
En “Death Note”, el shinigami es un personaje secundario que funge como espectador de las vicisitudes humanas. En “Bleach” los shinigamis son una organización encargada de llevar a término las almas humanas. La figura del shinigami en el anime ha cambiado de una manera drástica, pasando del espíritu maligno a guía o espectador de la humanidad hasta compañero irreverente e, incluso, divertido. Pero, nada es inocente.
Antes la muerte era muda
Si aparece de esta manera la figura del shinigami es porque algo esencial cambió en la mirada humana. Ryuk (personaje de “Death Note” el shinigami más conocido por antonomasia) es un espectador. Sin embargo, aún es un agente de la realidad, y más aún, es un interlocutor.
Antes la muerte era muda. Antes el shinigami no expresaba palabra o discurso más que el del silencio de un suicida. La humanidad se ha acercado tanto a la muerte que ha alcanzado el nivel de interlocutor. Las conversaciones con este tipo de personajes muestran la fragilidad de nuestros sentimientos tanto como su resistencia, tanto como nuestra necesidad de darle voz y nombre a lo desconocido e incontenible.
Referencias consultadas:
[1] Sastre de la Vega, Daniel, En el umbral de lo fantástico, p. 3
[3] Davis Hadland, F, Mitos y leyendas de Japón, p. 350
[3] Griffis, William Elliot,
Fuente: Muy Interesante