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Lola Montes: la diva que destronó a un rey

Haciéndose pasar por andaluza, la irlandesa Eliza Gilbert se hizo célebre como bailarina y, sobre todo, como seductora. Su víctima más renombrada fue el rey Luis I de Baviera.

En 1861 fallecía en un hospital de Nueva York, con apenas 39 años, quien parecía una simple dama de beneficencia. La llamaban Eliza Gilbert, pero años atrás fue famosa bajo el nombre de Lola Montes. Enterrada en la más absoluta soledad, sólo la lloró un anciano rey, entonces exiliado en Niza, que trece años antes había perdido por ella su corona y su buen nombre.

Ambiciosa, rebelde y dotada de un enorme poder de seducción, Eliza Gilbert había nacido en Grange (Irlanda) en 1821 del matrimonio formado por un militar, Edward Gilbert, y una actriz de ascendencia española llamada Elisa Oliver. Su infancia transcurrió en Dinapore (India), adonde su padre fue trasladado y donde falleció poco después víctima de la malaria. Un año después, su madre contrajo matrimonio con otro militar llamado John Craigie, una unión que hubiera sido feliz de no ser porque la pequeña Betty, como la llamaban entonces, ya apuntaba maneras y se negaba a cumplir las más esenciales normas de urbanidad. Desesperado, su padrastro decidió enviarla a la metrópoli bajo la custodia de su familia.

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Imagen de la película Lola Montés (1955), inspirada en la vida de la cortesana. Cordon Press

Creció, pues, en un internado británico hasta que, apenas cumplidos los quince años, su madre la reclamó a su lado para que se casara con sir Abraham Linley, un magistrado respetable y adinerado, pero que le llevaba más de cincuenta años. Una vez en la India y ante tal panorama, la joven Betty no sólo se negó a cumplir el deseo de su madre, sino que escapó del hogar familiar en compañía de un joven tenientellamado Thomas James con el que contrajo matrimonio poco después. Sin embargo, el flamante marido no tardó en abandonarla por una nueva amante y con todo el capital de que la pareja disponía.

NACE UNA ESTRELLA

Sola y sin recursos, Betty regresó a Inglaterra. No lo hizo sola, sino en unión de Charles Lennox, un elegante buscavidas que supo descubrirle el único capital que poseía: su belleza. Lennox la presentó a Fanny Kelly, una cotizada actriz y cantante que, aprovechando los presuntos orígenes españoles y la afición a la danza de Eliza, la ayudó a crear el personaje que le daría fama sobre las tablas e incluso fuera de ellas. Había nacido Lola Montes.

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Imagen de la película Lola Montés (1955), inspirada en la vida de la cortesana. Cordon Press

«Doña Lola Montes, del Teatro Real de Sevilla» –así se anunciaba– debutó en los escenarios londinenses en 1843, en el intermedio de una representación de la ópera de Rossini El Barbero de Sevilla. No obtuvo un éxito rotundo, pero pudo iniciar una gira por Europa, donde se dio a conocer con La tarántula, un baile picaresco que interpretaba acompañada por las castañuelas, luciendo mantilla y con un par de claveles prendidos en el pelo. Así, pese a sus escasos méritos como bailarina, Lola Montes consiguió convertirse en una auténtica diva de la escena.

A ello contribuyó un nuevo amante, el compositor Franz Listz, quien la introdujo en los círculos artísticos y culturales de la época. La relación con el músico no duró demasiado, pero, aprovechando los contactos que éste le había facilitado, Lola Montes se instaló en París donde, según parece, mantuvo una efímera relación con Alejandro Dumas, al que abandonó por Alexandre Dujarrier, director del periódico La Presse. Confiaba en que la intensa campaña de prensa que éste emprendió desde las páginas de su diario le conseguiría el favor del público.

Sin embargo, no fue así y su debut ante la selecta platea parisina se coronó con un colosal pateo. Despechada, Lola Montes decidió abandonar París y se trasladó a Múnich. Cuando la ópera de la capital bávara le negó cualquier posibilidad de actuar en su escenario, no dudó en solicitar la ayuda del hombre que iba a convertirse en la clave de su futuro: Luis I de Baviera.

En 1846, Baviera era uno de los muchos reinos en que se dividía la actual Alemania. Desde 1825 ocupaba el trono Luis I, un hombre amante de las artes y las letras, casado con Teresa de Sajonia-Altenburgo y padre de diez hijos. Cuando Lola Montes irrumpió en su vida era un sesentón sin más afición secreta que su Galería de Bellezas, una sala de palacio donde guardaba retratos de mujeres bellísimas y donde se refugiaba del creciente liberalismo que amenazaba cada vez con más fuerza su condición de rey absoluto.

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Portada de la película Lola Montés (1955), inspirada en la vida de la cortesana.Cordon Press

Su talante cambió por completo cuando conoció a Lola Montes. Desde ese día, Luis I vivió por y para ella. Consiguió que, el 13 de octubre de 1846, su amada actuara en la Ópera de Múnich, si bien llenó la platea de policías de paisano a fin de evitar cualquier contratiempo. Fue en vano. De nuevo un pateo general saludó la interpretación de la cachucha(una especie de bolero) de la ópera bufa Le diable boiteux de Casimir Gide, que la Montes había escogido para su presentación.

Allí comenzó y acabó la carrera artística de Lola en Múnich. Tras su fallido debut, el rey la retiró de los escenarios y la instaló en una espléndida mansión en la Borschtallee, una de las más elegantes avenidas muniquesas. Segura de su posición, Lola se comportó en público y en privado como una auténtica reina sin corona. Se inmiscuyó en la política del reino, actuó de forma despótica, sus extravagancias fueron en aumento y el monarca no hizo nada por evitarlo.

La indignación pública aumentó cuando, en 1847, se hizo público el nombramiento de Lola Montes como condesa de Landsfeld. El gobierno dimitió en pleno y en la primavera de 1847 diversas manifestaciones de repulsa fueron seguidas por graves disturbios en la capital bávara. Luis I se vio obligado a firmar la orden que expulsaba a Lola del país, tras lo que escribió en su diario: «Me habéis expulsado de mi paraíso, habéis vertido hiel sobre mis días». Cuando estalló la revolución de 1848, abdicó en su hijo Maximiliano y hubo de exiliarse.

LA AVENTURA AMERICANA

Entretanto, convencida de que su amante partiría en su busca, Lola se refugió primero en Suiza y luego en Francia. Al ver que sus previsiones no se cumplirían se instaló en Londres. Allí intentó estrenar una obra de teatro inspirada en su aventura muniquesa y que tituló Lola Montes, condesa por un día, pero las gestiones de la embajada bávara lo impidieron. No fue ése su único escándalo. Decidida a rehacer su vida, contrajo matrimonio con un joven oficial de caballería llamado George Trafford Heald. Sin embargo, puesto que su matrimonio con Tom James no había sido disuelto, fue acusada de bigamia y los recién casados debieron huir a Francia. Allí terminaría su relación dos años después. Pero Lola Montes no se rendía fácilmente.

Sola de nuevo, viajó a Estados Unidos y en 1851 debutó en Broadwaycon una obra presuntamente autobiográfica titulada Betty la tirolesadonde su personaje ¡liberaba Baviera del yugo de los jesuitas! El despropósito fue de nuevo un fracaso de crítica y público, y, para sobrevivir, decidió exhibirse en las ferias donde por un módico precio se podía charlar con la «señora condesa de Landsfeld».

Poco después, contagiada por la fiebre del oro, se instaló en Grass Valley, un pueblo minero de California, donde abrió un elitista salón al tiempo que escribía el que está considerado como uno de los primeros manuales de bellezaEl arte de la belleza o el secreto del cuidado personal. El éxito del libro la llevó a regresar a Nueva York en 1859. Una vez allí, su vida dio un cambio radical al entrar en contacto con la Iglesia metodista. Abandonó sus pretensiones artísticas y sus antiguas frivolidades y se afilió a un embrión de lo que luego sería el Ejército de Salvación, con el que se dedicó a predicar por las calles, hasta que una neumonía acabó con su vida. Una lápida en el cementerio neoyorquino de Greenwood reza simplemente: «Eliza Gilbert. Fallecida el 17 de enero de 1861». Por entonces ya nadie recordaba a la célebre Lola Montes.

Fuente: Historia | National Geographic

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