La cerámica es la más antigua de las artes decorativas, según documenta Britannica. Hechas con arcilla y solidificadas con la fuerza del fuego, las piezas se crean con la intención de integrarse a la cotidianidad con alguna función específica. Platos, vasos, vasijas: con el uso, se rompen. En Japón, los artesanos entendían que la fragilidad es parte de la condición natural de la cerámica. Por eso, desarrollaron el Kintsugi: el arte de reparar las heridas con caminitos de oro.
A diferencia del entendimiento Occidental, para los japoneses la historia de las cosas es importante —incluso si es imperfecta. De hecho, los objetos cotidianos adquieren su valor con el paso del tiempo: si se rompen, deben de repararse con una marca que dignifique su proceso. En lugar de convertir las cosas imperfectas en elementos reemplazables, se les mira con honor, orgullo, y respeto. Así funciona.
Dolor, remembranza y dignidad
Loza de barro, gres y porcelana son los materiales principales con los que los japoneses diseñan sus piezas de cerámica. Antiguamente, se utilizaban únicamente para ceremonias especiales, relativas al té o a los rituales funerarios. Sin embargo, con el paso del tiempo se empezaron a integrar a las actividades de todos los días.
Ya sea en su estado natural o lacado, estos objetos son frágiles, y se rompen. En Japón, estasheridas ‘de uso’ no son motivo de vergüenza. Por el contrario, son marcas que registran un proceso de vida, de uso, de historia. Por ello, la técnica del Kintsugi es fundamental para reparar las piezas rotas y darles un aliento nuevo:
“El ‘kintsugi’ evoca el desgaste que el tiempo obra sobre las cosas físicas y otorga valor a nuestras imperfecciones”, escribe la traductora española Marta Rebón para El País.
También conocida como ‘kintsukuroi‘, esta filosofía no se limita en el terreno de las artes decorativas. Si bien es cierto que forma una parte fundamental de las artes decorativas japonesas, el Kintsugi se extiende a un entendimiento filosófico del cuerpo y del tiempo. Así como las tazas de té se rompen, los seres humanos fracasamos, nos decepcionamos, nos fragmentamos. En Japón, este tipo de heridas también se espolvorean con oro.
Una cuestión de honor
Para los japoneses, reparar las cicatrices con oro es una cuestión de honor. Rememorar el dolor, el duelo y la pérdida con dignidad es una parte fundamental del Kintsugi. Más allá de la técnica artesanal de unir nuevamente las piezas rotas para recuperar una taza o un vaso, esta filosofía implica un proceso de aceptación profundo.
Quienes tienen heridas de por vida saben que superar el duelo es difícil. Requiere de compostura, disciplina y autoconocimiento. Es así como la técnica artesanal se manifiesta en la vida de los japoneses: el proceso y las imperfecciones no se ocultan, sino que son motivo de orgullo. En lugar de recordarles que alguna vez estuvieron rotos, les reafirma que pudieron sobreponerse a la adversidad —y que hay una marca vitalicia que lo atestigua.
El Kintsugi, por tanto, acepta que los seres humanos somos finitos y falibles, como tantos otros elementos en el Universo. Aunque podría parecer un contrasentido —en una cultura que aspira a la perfección—, el Kintsugi recurre a la paciencia, ya que encuentra un sentido estético en el dolor y la superación.
Así como sucede con las piezas de cerámica, las personas necesitamos un tiempo para sanar y recuperar la solidez. Las tazas de té y los platos lo hacen por medio del calor y la exposición al fuego. Sólo así vuelven a ser una misma pieza. Los seres humanos, en cambio, lo logramos encarando las situaciones difíciles. Una vez que termina la tormenta, señala el Kintsugi, tendremos una insignia dorada que nos recuerde el proceso.
Lo más probable es que sintamos gratitud.
Fuente: Muy Interesante