En México se denomina latino. En España hay pocas dudas y, si acaso, no todo el mundo es conocedor de que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua incluye a españoles y portugueses dentro del término «iberoamericano«. En Estados Unidos, en cambio, el uso de las nomenclaturas «hispano» y «latino» parece algo más complejo.
En el país norteamericano, la elección del término supone más que la simple aplicación de una etiqueta. Una persona cuyos abuelos vinieron de España, una persona con herencia indígena mexicana, y alguien de una familia brasileña de habla portugués (junto con el aproximadamente 19 por ciento de la población estadounidense que podría marcar «hispano» en su formulario del censo) podría auto identificarse como hispano o latino.
O como ninguno de los dos.
Decir que la historia del uso de «hispano» y «latino» es complicada es un eufemismo: ambos términos están ligados a la controversia y la confusión. A continuación explicamos cómo surgieron, a qué se refieren y por qué muchas personas con vínculos históricos con los lugares que España y Portugal colonizaron aseguran que no se aplican a ellos.
Antiguos orígenes de «hispano» y «latino»
«Hispano» viene del término latino para «español», Hispanicus; los antiguos romanos llamaban Hispania a la Península Ibérica. En Estados Unidos, en el siglo XIX, el término «hispano» se utilizaba para describir a las personas descendientes de españoles que se asentaron en el suroeste en la época anterior a la anexión estadounidense. Pero hasta el siglo XX, «hispano» se utilizaba sobre todo para referirse a cosas relacionadas con la España Antigua.
La colonización de América Central y del Sur por parte de los países europeos de lengua romance, incluida Francia, dio lugar al término «América Latina» en el siglo XIX. Aquí, el cuerpo expedicionario francés entra en Ciudad de México en 1863 en un cuadro de Jean Adolphe Beauce.FOTOGRAFÍA DE NATIONAL GEOGRAPHIC
El término ‘Latinoamérica’ lo acuñó la historiografía francesa a en el siglo XIX. «El término ‘America Latina’ surge como un vocablo promovido en gran medida por los intereses económicos-políticos del imperio francés de Napoleón III y su necesidad de implantarse en el continente americano como un contrapeso a la enorme influencia que entonces comenzaban a adquirir los Estados Unidos de América», explica Rubén Torres Martínez, profesor del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
El término «latino» es un acortamiento del término latinoamericano, y se empezó a usar cuando una serie de antiguas colonias españolas declararon su independencia en la década de 1850. El término pannacional y panétnico era un guiño a las similitudes de las naciones que una vez fueron propiedad de España.
Chicanos, boricuas y más
A medida que la composición racial y étnica de Estados Unidos iba cambiando con el tiempo, los habitantes de la diáspora española y latinoamericana solían referirse a sí mismos en función de su lugar de origen nacional. En medio de la creciente conciencia racial de la década de 1960, dos grupos, los estadounidenses de origen mexicano y los de raices puertorriqueñas, acuñaron una nueva terminología para sus respectivas nacionalidades.
Izquierda:
La variedad de grupos étnicos que pueden caer bajo la etiqueta de «latinoamericano» o «hispano» se refleja en el arte moderno; aquí, «Latin American» de PJ CrookDerecha:
«El pintor de Uruapan» de Alfredo Ramos MartínezFOTOGRAFÍA DE NATIONAL GEOGRAPHIC
Los chicanos (palabra que, según algunos estudiosos, probablemente surgió de la forma en que algunos indígenas pronunciaban la palabra «mexicano») utilizaron el término para describir su orgullo de ser mexicano-americano. Del mismo modo, algunos puertorriqueños empezaron a llamarse orgullosamente boricuas (el nombre indígena de la isla es Boriquén o Borikén). Al hacerlo, escribe el historiador Ramón A. Gutiérrez, chicanos y boricuas «[buscaban] la sucesión y la soberanía nacional como antídoto a sus historias de segregación y marginación en Estados Unidos».
Un censo incompleto
Pero cuando los estadounidenses de origen puertorriqueño, cubano y mexicano, entre otros, intentaron ampliar su trabajo en pro de los derechos civiles, realizar cambios políticos y obtener financiación para sus esfuerzos en las décadas de 1960 y 1970, se encontraron con un obstáculo: la falta de datos sobre la situación de sus comunidades.
En aquella época, cuando el Gobierno recogía información sobre la raza o la etnia, sólo había tres categorías: blanco, negro y «otros». El Gobierno había hecho un intento frustrado de analizar una población de personas asociadas a la diáspora latinoamericana en el censo de 1930, cuando incluyó a los «mexicanos» como tercera raza, pero fue la primera y única vez que se utilizó este término, que pretendía medir sólo a las personas con vínculos con México.
Cuando los activistas de los derechos civiles se percataron de los éxitos del activismo negro, descubrieron que una herramienta importante eran los datos demográficos concretos de sus comunidades, que luego utilizaron como palanca para obtener financiación y legislación. Sin embargo, «los activistas mexico-americanos tuvieron dificultades para adoptar esta estrategia porque la Oficina clasificaba a las personas de ascendencia mexicana principalmente como ‘blancos’, agrupándolos con las personas de ascendencia europea», escribe la socióloga G. Cristina Mora. En respuesta, el Consejo Nacional de la Raza, una organización chicana de defensa de los derechos civiles, presionó para que se realizara un recuento nacional de las personas vinculadas al idioma español y a los países latinoamericanos a lo largo de la década de 1960.
El nacimiento de lo «hispano»
En 1970, el Censo de EE.UU. preguntó por primera vez a la gente si se identificaba como «personas de origen español», pero el censo dio lugar a importantes discrepancias debido a la confusión entre las personas que decían ser «centro y sudamericanos» cuando realmente querían decir que eran del centro o del sur de Estados Unidos. En 1976, el Congreso aprobó una ley que exigía a los departamentos federales que recopilaran y publicaran estadísticas relativas a la situación económica y social de las personas «de origen hispanohablante» que se remontaban a México, Puerto Rico, Cuba, países de América Central y del Sur y otras patrias hispanohablantes.
Para el censo decenal de 1980, esto se tradujo en una pregunta sobre si la persona era «de origen o descendencia española». Fue el primer censo que buscaba un recuento oficial de los estadounidenses de habla hispana. En un intento de familiarizar a la gente con la nueva categoría «español/hispano», la Oficina del Censo de EE.UU. y Univisión, la primera cadena nacional de televisión en español, colaboraron en anuncios de servicio público y publicidad que avivaron la popularidad del término.
Limitaciones de «hispano» y «latino
Pero había problemas con «hispano». El término no sólo confundía a los hispanohablantes con una única raza o etnia, sino que lo relacionaba con España, un país europeo que algunos consideraban más apropiado definir como europeo y que había colonizado los países latinoamericanos con los que ahora se identificaba. El término también dejaba fuera a quienes no hablaban español pero eran de América Latina, incluidos los indígenas y los lusófonos de Brasil.
Otros se opusieron a la palabra «hispano» por razones ideológicas, debido a su similitud con un insulto racial común que se utilizó primero contra los trabajadores panameños y luego contra los descendientes de mexicanos y otros latinoamericanos.
Para algunos, «latino» eliminaba las complejidades de «hispano», y su falta de vínculos coloniales aumentaba su atractivo. El término apareció por primera vez en el censo decenal de 2000. Pero para otros, presentaba muchos de los mismos problemas, especialmente cuando se utilizaba como un término general. Latinx, una versión de género neutro de «latino» que surgió en la década de 2000, también ha recibido críticas.
Raza y realidad
Parte de la cuestión es que ningún término puede describir a un grupo tan amplio de personas, dice Nancy López, socióloga y directora y cofundadora del Instituto para el Estudio de la «Raza» y la Justicia Social de la Universidad de Nuevo México (Estados Unidos). Y aunque a menudo se utilizan para referirse a las personas con vínculos históricos con la colonización española, la lengua española o América del Sur y Central, dice, los términos pan-étnicos como «hispano» son utilizados por otros como una abreviatura de la raza, una construcción social que tiene poco que ver con el origen real y todo que ver con la apariencia de una persona.
«Pretender que todos los latinos tienen el mismo estatus racial es ignorar las realidades vividas de una pigmentocracia», dice. «Tu identidad propia no es un sustituto de tu identidad social».
En un mundo perfecto, dice López, la gente definiría su identidad personal y también reconocería un descriptor racial o étnico que se alineara con lo que ella llama su «raza de la calle», o estatus racial visto por otros.
López y otros están trabajando para presionar al gobierno federal para que adopte diferentes formas de categorizar la auto identificación y la raza asignada. Pero mientras tanto, los términos «latino» e «hispano» siguen siendo formas populares de referirse a un grupo grande y diverso. Aproximadamente 62,1 millones de personas (el 19% de la población) se identificaron como hispanos en el censo de 2020.
Las personas difieren en cuanto a la designación que deben utilizar: Según una encuesta de Pew Research de 2019, el 47 por ciento de los adultos definidos como hispanos por la categoría del censo utilizan términos relacionados con el país de origen de su familia, como dominicano o mexicano, para referirse a sí mismos. Otro 39 por ciento utiliza el término hispano o latino, y el 14 por ciento restante prefiere simplemente «americano».
«La identidad es multidimensional», dice López. «Tenemos que tratar de crear puentes de comprensión y empatía para las personas que son diferentes a nosotros».
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com