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Ortorexia, vigorexia y otros peligros de cruzar los límites de la vida sana

Los trastornos asociados a la adicción por comer sano o el deporte van en aumento, poniendo en jaque la salud mental cuando se cruza la línea de la obsesión.

Los problemas derivados de la salud mental se han agudizado en la sociedad actual, a la par que también se han visibilizado más. El estrés, la ansiedad o la depresión son algunas de las huellas más significativas del estilo de vida moderno en sociedad. Según cifras de la American Psychiatric Association, entre un 29 por ciento y un 38 por ciento de los adultos americanos padece algún problema psiquiátrico durante sus vidas.  

Según evolucionan nuestras costumbres, también los trastornos asociados a la salud mental varían. Entre ellos, en las últimas décadas han surgido gran parte de los derivados de una excesiva preocupación por cuidar nuestra salud a través del ejercicio y la dieta, lo que ha derivado en trastornos que aún no están bien estudiados y definidos, como aquellos derivados de las dietas constantes.

«El problema surge cuando este objetivo se convierte en una obsesión y, para conseguir un físico perfecto, se utilizan recursos que, a corto plazo son eficaces, pero a que a medio y largo plazo pueden acarrear graves problemas de salud», afirma Luis Franco Bonafonte, responsable de la unidad de medicina del deporte del Hospital Sant Joan de Reus y miembro de la Federación Española de Medicina del Deporte. 

La huella psicológica de las dietas

En esta línea, cada vez más personas se acostumbran a vivir su vida, de forma sistemática, bajo la presión de una estricta dieta o una rutina de entrenamiento extrema, lo que ha derivado en nuevos trastornos. 

«Cuando hablamos de dieta para perder peso o limitante, hablamos de una fuente de presión mental y física», explica la psicóloga deportiva María Cabrera Bolufer. «Tener que cumplir una dieta restrictiva aumenta el cortisol, la hormona del estrés, lo que puede dar lugar a atracones».

Según la experta, poner a nuestro organismo en una lucha constante contra nuestra propia tendencia, y privar al cuerpo de alimento, puede causar episodios depresivos y dar lugar a síntomas de tristeza, irritabilidad y ataques de ira o agresividad, al tiempo que se incrementa la ansiedad. 

La mejor solución pasa por «adherirse a una serie de hábitos y aprender a comer desde el autocontrol emocional, que nos permita manejarnos con éxito con la comida», explica. 

Para conocer el impacto de la pérdida de peso sobre la evolución de las alteraciones tanto clínicas, metabólicas, como psicológicas en los pacientes con sobrepeso y obesidad, un estudio de 2012 de los autores Piñera, Arrieta, Alcaraz, Botella, Calañas, Balsa y Vázquez, demostró que actúa de una manera positiva en las subescalas de ansiedad, estado somático y disfunción social. 

Otro estudio llevado a cabo en 2014 por Rutsztein, Scappatura y Murawski, comparó  hábitos y actitudes en mujeres adolescentes con cuadros de trastornos alimenticios y los resultados mostraron una relación con el perfeccionismo y la baja autoestima.

«En este sentido, también es importante la interpretación que se hace del término dieta, ya que puede variar si se asocia a perder peso o mantenerlo», explica la experta. Si hablamos de mantenerlo, se asocia a un mayor número de conductas saludables, mientras que las conductas de dieta orientadas a la pérdida de peso estarían más asociadas a prácticas no saludables. 

“Tienden a seguir dietas desequilibradas y poco saludables, especialmente por el exceso proteínas, aminoácidos y carbohidratos”, afirma Franco Bonafonte.

Ortorexia: la obsesión por comer sano

«Hay afecciones psicológicas cuando existe cierta obsesión por comer ‘alimentos saludables’, y nos preocupa excesivamente la calidad y la composición de las comidas», explica Cabrera. 

A esto se le ha acusado el término de ortorexia, que según la experta no está registrado como trastorno, pero tiene una fuerte repercusión sobre la salud mental y emocional. ya que esa búsqueda de alimentación saludable acaba por afectarnos a la autoestima, la estabilidad emocional y gran parte del día a día de una persona orbita en torno a la comida.

“Centrarse sólo en el beneficio estético, y acudir al gimnasio solamente con la intención de querer ser delgado, o para usar una determinada talla o estar supermusculado, buscando un modelo corporal concreto y basado en una estética determinada es un error”, explica a Efe la doctora en medicina Marisa Navarro.

Por otro lado, también se asocia con un aislamiento social, ya que la persona focaliza su vida cada vez más alrededor de la conducta alimentaria y se va aislando, ya que puede hacer menos cosas, como ir a restaurantes. 

«Por eso es importante la  «flexibilidad» con los asuntos de la alimentación y contar con información contrastada por buenos profesionales, y no con información de internet que puede difundir cuestiones no demostradas», explica Cabrera. 

“Hay que asumir que cada cuerpo es diferente, con una estructura ósea, unos músculos y un metabolismo determinado, no hacerlo puede llegar a generar un trastorno conocido como la dismorfofobia  que lleva a obsesionarse por defectos que percibimos en nuestra imagen corporal, ya sean reales o imaginados”, afirma Navarro.

Salud y (exceso de) deporte

La vigorexia es un trastorno mental que se deriva de la obsesión por estar cada vez en mejor forma física, lo que a su vez afecta a los hábitos y a la conducta alimentaria – con una ingesta abusiva de proteínas y carbohidratos, acompañado a veces de esteroides anabolizantes. Como con otro tipo de trastornos de la apariencia física, las personas que sufren vigorexia se ven siempre poco musculados. “Suelen ser jóvenes de entre 18 a 35 años y aunque es más frecuente en los varones en los últimos años se está produciendo un aumento de casos entre las mujeres”, afirma Franco Bonafonte.

Una reciente investigación llevada a cabo por la Universidad de California en Irvine, Estados Unidos, asegura que la mejor hora para hacer ejercicio es por la mañana. «Y tiene sentido, ya que empecemos el día con algo de ejercicio hará que generemos dopamina, serotonina y endorfinas, las hormonas de la felicidad que nos ayudarán a sentirnos bien durante el resto de la jornada», explica Cabrera, que asegura que, tal y como muestra el estudio, nos ayudará a acelerar el metabolismo y, por tanto, a levantar el ánimo, gestionar mejor el estrés y ayudarnos a establecer una rutina. 

Dentro de los perfiles de población, los deportistas constituyen aquellos con más riesgo. «El deseo de conseguir la perfección en el alto rendimiento y cumplir con las expectativas, lleva a los deportistas a preocuparse a veces en exceso por la alimentación y se acaben utilizando métodos que conducen a dietas inapropiadas, conductas desordenadas, es decir, a una mala relación con la comida, lo que les lleva a desarrollar trastornos alimentarios clínicos, afectando al rendimiento deportivo y provocando alteraciones emocionales», explica Cabrera. 

Este hecho suele complicarse en deportes donde se exige un peso determinado, lo que lleva a los deportistas no sólo a precipitar estos desórdenes, sino incluso, en cierta medida, a justificarlos.  Los trastornos del comportamiento alimentario parecen darse con mayor frecuencia en la práctica de deportes individuales que en deportes de equipo, más en deportistas de élite o que pretenden serlo que en practicantes corrientes; más en mujeres que en varones, y más en adolescentes que en adultos, según cifras del trabajo de Enrique Jiménez Vaquerizo en EFDeportes.

Un estudio realizado por Rosen y Hough comprobó que el 75 por ciento de gimnastas femeninas a quienes los entrenadores habían indicado que debían perder peso, utilizaban métodos no apropiados de adelgazamiento. También mostraba que en los atletas australianos se ha comprobado que la incidencia de trastornos alimentarios llega a un 31 por ciento en deportistas femeninas de élite.  «En España se ha publicado que la incidencia de trastornos alimentarios en deportistas se sitúa en torno a un 23 por ciento», indica Cabrera.

Otro estudio publicado en 2010 de Gomes y Silva descubrió que aquellos deportistas que presentan mayores preocupaciones por cometer errores en su práctica deportiva y poseen una alta tendencia al perfeccionismo, desarrollaban más síntomas de trastornos alimenticios.

También se ha observado características que tienen en común los deportistas con estos trastornos, como su tendencia al perfeccionismo y a mostrar tanto pensamientos como comportamientos obsesivos relacionados tanto con la práctica deportiva y rutinas o actividades, como con la alimentación y el cuerpo, según un estudio de 2011 de la psicóloga deportiva Louise Naylor

Sin embargo, a veces es complicado detectar cuándo se está cruzando la línea roja, porque se respalda con la idea de hábitos de vida saludables. «Deberíamos estar atentos cuando exista una preocupación excesiva por todo lo que se ingiere, invertimos un gran número de horas planificando cada comida y preparándola, o también cuando solemos ser muy estrictos y sentimos enfado y sentimientos de culpabilidad que nos llevan a castigarnos por ello cuando no se cumple», indica Cabrera. 

El tratamiento de estos trastornos pasa por modificar necesariamente los hábitos excesivos, contando con un apoyo psicológico para recuperar la autoestima fuera de la pista. Por su parte, la educación también juega un papel imprescindible en la creación de hábitos saludables alrededor de la actividad física, la alimentación y el descanso, y no solo en cuanto al propio ejercicio. 

“En la cultura del deporte, durante mucho tiempo, se ha vivido la salud mental como un signo de debilidad más que un signo de fortaleza”, explica Cabrera, que declara que para transformar estas situaciones “debería empezarse por la visibilización y la concienciación de esta problemática, con un sistema donde las federaciones y otros organismos cuenten con por un plan de prevención y detección de síntomas, llevado por profesionales acreditados y psicólogos del deporte».

Fuente: National Geographic

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