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Así nació la esgrima femenina, un deporte solo de hombres antes del siglo XIX

A medida que fue avanzando el siglo XIX, la esgrima dejó de ser una actividad reservada por principio a los hombres.

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A comienzos del siglo XIX, el papel de la mujer se reducía a ser esposa, madre y objeto de adorno del marido en las reuniones sociales. Este hecho se reflejaba en las limitaciones impuestas a su educación intelectual y su formación física, llenas de restricciones.

Pero un cambio en la medicina favoreció la práctica del deporte femenino: los avances en la anatomía y la fisiología asociaron la higiene y la actividad física con la salud y el buen desarrollo de los cuerpos, ideas que penetraron en la sociedad y propiciaron la incorporación de las mujeres al mundo de la esgrima.

El ideal masculino era un cuerpo viril bien musculado, y para cultivarlo se alentaban los deportes de impacto: lucha, musculación y los que favorecían la audacia militar. Por el contrario, el cuerpo femenino debía ser suave, modelado de manera que resultase bello, pero fuerte para soportar la procreación.

Había pocos ejercicios físicos que se considerasen aptos para las mujeres y, además, al llegar a la adolescencia se eliminaban por una cuestión moral, ya que se consideraba que podían alentar la sexualidad. De modo que el ejercicio para las mujeres se limitaba a paseos y bailes, donde se podía exhibir la propia femineidad –y encontrar marido–.

El cuerpo femenino debía ser suave y bello, pero fuerte para soportar la procreación

Sin embargo, en Suiza comenzó un movimiento de equiparación sexual en la gimnasia que cuajó en Francia y tuvo eco en otros países de Europa. En un principio, su objetivo era formar un cuerpo femenino apto para la maternidad.

El médico y cirujano francés Clément Joseph Tissot animaba a las mujeres a hacer ejercicio para mejorar la salud y la fortaleza corporal; Francisco Amorós, pedagogo y militar español, aconsejaba algunos ejercicios por ser preventivos y paliativos para enfermedades; Pablo Clausolles, médico ortopedista español, destacaba la mejora que aportaban los deportes que implicaban fuerza y movimiento, como equitación, esgrima o natación.

La esgrima gozaba de muy buena fama: extendida en toda Europa como deporte para los varones, se reconocía su valor para activar todo el cuerpo y favorecer la concentración mental. El desafío fue introducir esta disciplina en la formación de mujeres y niñas.

Contra lo que pueda parecer, la esgrima contaba con tradición en la educación femenina; en ciertas épocas, como el Renacimiento o el siglo XVII, fue enseñada y practicada por damas nobles, o transmitida de padres a hijas. 

España, Francia e Inglaterra contaban en su historia con féminas que habían manejado la espada, como Ana de Mendoza, princesa de Éboli, Inés Suárez, que intervino en la conquista de Chile, o la cantante de ópera y espadachina francesa Julie d’Aubigny.

UN RETO EN LOS SALONES

En este ambiente creció la española Teresa Castellanos de Mesa, que ya contó con cierta libertad en el seno de su familia. Aprendió esgrima con su padre Manuel y su hermano Cándido, maestros de renombre, que compartieron con ella sus conocimientos y no pusieron freno a su talento.

Desde joven mostró una pericia superior para este deporte, y en la sala de armas de su padre realizaba exhibiciones que impresionaban a sus compañeros o a las visitas. Hizo su debut público en 1834, a los dieciocho años, en la Fontana de Oro, una fonda madrileña muy conocida. Entonces era habitual que algunas fondas tuvieran un espacio para todo tipo de actuaciones pagadas, que a veces incluían lances de esgrima, una moda de la época.

La española Teresa Castellanos de Mesa destacó desde muy joven en este deporte

La demostración de Teresa causó furor en el público y en la prensa, y al cabo de poco la joven marchó a París para estudiar con los maestros más conocidos del momento.

Allí trabó relación con Phokion-Heinrich Clias, un gimnasiarca suizo que diseñó ejercicios específicos para mujeres, y con el maestro Russel, el más reputado de París, quien, en vista de la habilidad de Teresa con la espada, la tomó como alumna en una época en que no era frecuente enseñar esgrima profesional a las damas.

Teresa participó en exhibiciones sufragadas por los reyes de Francia; tuvo tal éxito que en 1841 abrió en París su primera academia de esgrima, y fue pensionada como profesora por lord Henry Seymour, maestro de maestros.

Teresa vio en el reinado de Isabel II –a la que consideraba una protectora de las ciencias y las artes– una oportunidad para regresar a España y enseñar allí. Pensaba que al ser mujer resultaría más fácil que las chicas practicaran deporte con ella. En 1846, cuando volvió a Madrid, participó en una exhibición muy alabada en la Fonda Peninsulares, donde, al año siguiente, estableció su propia academia de esgrima.

A la par, Teresa introdujo los conocimientos de Clias: se anunciaba como «profesora de esgrima y fundadora en España de los ejercicios calistécnicos o gimnástico-ortopédicos para niñas».

En 1847 fue nombrada profesora directora de gimnasia del colegio femenino Loreto Francés; por fin las niñas tenían una maestra de gimnasia y esgrima. Con 47 años seguía en plena forma y continuaba actuando en público. Teresa fue un caso ejemplar (y casi único) de maestra en la Europa de la época.

Entre las décadas de 1850 y 1880 se incrementó la práctica de la esgrima femenina, sobre todo en Francia e Inglaterra. Francia era un país con tradición de esgrima y vinculó el deporte con la elegancia, lo que atrajo a las mujeres; en Inglaterra, hijas e hijos de la familia real empezaron a practicarla y su afición se transmitió a la sociedad.

Además, en ambos países ciertos empresarios de gimnasios higiénicos vieron un filón económico en las clases para mujeres. Muchas veces, las profesoras eran sus propias esposas o familiares, que daban clase a señoritas bien o a actrices que celebraban asaltos cobrando. Pero las críticas continuaron. 

Por ejemplo, en 1863 el médico aragonés Eduardo Bertrán veía mal ejercicios que convirtieran a las mujeres en «robustos gimnastas, infatigables nadadores, ágiles jinetes y hasta maestros de armas». Para aplacar recelos de este estilo se argüían las bondades del ejercicio físico para la salud de las mujeres y su papel como educadoras de sus hijos.

Algunos empresarios vieron un filón económico en las clases de esgrima para mujeres

¡TOCADAS!

A finales de siglo, las tendencias políticas conservadoras se imponían en Europa, lo que se reflejó en la actividad física femenina. Los gimnasios se multiplicaron y relevaron a las antiguas salas de armas. Muchos tenían academia de esgrima, pero los maestros eran masculinos.

Por su parte, las mujeres sólo podían batirse con otras damas. No disponían de un espacio propio, sino que solían entrenar en el salón de algún noble o en horarios de gimnasios no adjudicados a hombres; algún hotel de lujo mantuvo salas reservadas a señoras.

Cuando en España se creó en 1883 la Escuela Central de Profesores y Profesoras de Gimnástica, se suprimió del programa la esgrima para niñas. Quedaron algunas maestras de esgrima para señoritas, que solían ser descendientes de militares. No es de extrañar, pues, que, aunque la esgrima se incluyera en los Juegos Olímpicos desde su primera edición, en 1896, las mujeres no participasen en ellos hasta tres décadas después.

Fuente: Historia | National Geographic

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