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Carlota de México: la emperatriz olvidada que se volvió loca

La emperatriz europea que soñó con un futuro mejor para México y cómo sucumbió cuando perdió la cordura y fusilaron a su esposo.

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María Carlota Amalia de Sajonia-Coburgo-Gotha y Orleans nació en Bélgica el siete de junio de 1840. Fue la hija más pequeña de Leopoldo I y Luisa María de Orleans, y de acuerdo con las crónicas la preferida de su padre. A los 10 años de edad quedó huérfana de madre por lo que tal suceso pudo ser la causa de su carácter retraído y sombrío. Su niñez fue solitaria, puesto que era la única mujer y sus dos hermanos no le daban mucha atención, además de que su padre viajaba constantemente. Por onsiguiente, su abuela materna, la reina María Amelia, fue su refugio, aunque también se ausentaba con frecuencia.

María Carlota recibió una educación austera, esmerada y a la vez rígida, de acuerdo con los principios paternos, mismos que consideraban fundamentales la introspección y el culto a las obligaciones. Como fue educada junto a sus hermanos varones, estudió Ciencias, Política y Filosofía, algo inusual para las mujeres de esa época, cuya instrucción era distinta a la de los hombres, ya que se consideraba que ellas eran en todo inferiores física e intelectualmente. En tanto, Carlota llegó a destacar por su formación e inteligencia y se convirtió en una de las princesas más cultas de la Europa de su tiempo.

La princesa tenía una personalidad rígida y obsesiva, además de ser crítica y autoexigente. Y de acuerdo con testimonios de sus contemporáneos, era orgullosa, altiva, valiente, generosa, activa y con gran sensibilidad social.A decir de Martha Zamora, soñaba con hacer grandes cosas para la humanidad. Carlota se sentía nacida para gobernar, y según Konrad Ratz su “pensamiento político, presencia majestuosa, capacidad de trabajo, entrega a las labores de gobierno, dominio del terreno social y conocimiento de idiomas [la habían convencido de que llegaría] a ser una gran monarca”.

SEGÚN SUS CONTEMPORÁNEOS, CARLOTA ERA ORGULLOSA, ALTIVA, VALIENTE, GENEROSA Y SENSIBLE

A los 17 años Carlota contrajo matrimonio con Maximiliano de Habsburgo, el hermano del emperador de Austria. Muy enamorada, vio a su esposo como el mejor hombre de su tiempo, y sus primeros años de matrimonio fueron muy felices. Como gobernadores de la provincia Lombardo Véneta tenían una constante actividad, continuas visitas y recepciones, sin embargo, esa vida terminó en 1859, cuando Maximiano fue cesado de sus funciones por su apoyo a las ideas de independencia de la provincia y por sus simpatías liberales. De modo que Carlota se quedó sin trabajo oficial y comenzó a aburrirse mortalmente. Así, cuando los monarquistas ofrecieron al archiduque Maximiliano la corona del Imperio mexicano, ella fue la más entusiasmada con la idea y su influencia fue crucial para que un dubitativo Maximiliano aceptara el trono.

Segundo Imperio mexicano

Antes de partir a la que sería su nueva patria, el emperador Francisco José obligó a su hermano a renunciar a sus derechos sucesorios a la corona austriaca. Finalmente, llegaron a Veracruz en junio de 1864, con la ilusión de ocupar un trono para el que, desde el punto de vista de Carlota, estaban destinados por su origen noble y su esmerada formación. En su camino a la Ciudad de México visitaron Cholula, admiraron la zona arqueológica, y Carlota donó siete mil pesos para restaurar un albergue para indígenas que estaba en ruinas. Los emperadores fueron recibidos en la capital con grandes muestras de entusiasmo, como narró Concepción Lombardo, “en las calles, las plazas y los edificios públicos flotaban infinidad de banderas tricolores y la ciudad parecía un extenso jardín, por la cantidad de arbustos, plantas y flores que la adornaban. Yo presencié la fiesta desde un balcón de la casa de don Octavio Muñoz Ledo, en la calle de Plateros, y fue tanto el entusiasmo que en aquel día dominó los espíritus que vi bajar de los balcones a las principales señoras y al paso del soberano ofrecerle ramos de flores”. Podemos decir que, por el momento, todo parecía ir muy bien para los jóvenes emperadores del naciente Imperio mexicano.

Desde su arribo a México, Carlota se involucró decididamente en los asuntos de Estado, así redactó, junto con Maximiliano, el proyecto de Constitución de una marcada tendencia liberal, e incluso abrigó la idea de que en caso de faltar el emperador —dada su frágil salud—se pensara en una sucesión femenina. Las ocasiones en que Maximiliano se ausentaba de la Ciudad de México, la novel emperatriz se quedaba como regente del imperio y se reunía frecuentemente con los ministros para tomar importantes decisiones de gobierno. De acuerdo con Amparo Gómez, “se trasladaba todos los días del Palacio Imperial de Chapultepec al de México […] Allí recibía a Achiles Bazaine, jefe de las fuerzas francesas, quien iba todas las semanas a informarla. También presidía ceremonias, pronunciaba discursos, presidía el Consejo de Ministros, leía los informes, examinaba cuestiones financieras, analizaba y sugería soluciones […] Los domingos daba audiencia a nombre del emperador en Chapultepec”.

Una de las reformas más relevantes realizada en ese periodo fue la social: se creó el Consejo de Beneficencia, presidido por Carlota. Éste debía fomentar la fundación de hospitales, asilos de ancianos, orfanatos y otras instituciones de srguridad. Además, se creó la Junta Protectora de las Clases Menesterosas que buscaba proteger a los indígenas, presidida por el nahuatlato Faustino Galicia Chimalpopoca. En junio de 1865 se promulgó la Ley para la Liberación del Peonaje, debido a la presión enérgica que ejerció Carlota. 

DESDE SU ARRIBO, CARLOTA SE INVOLUCRÓ DECIDIDAMENTE EN LOS ASUNTOS DEL ESTADO

También se decretó una ley sobre terrenos mediante la cual se distribuyeron las tierras comunales a campesinos, lo que contrarió los intereses de los latifundistas. La emperatriz también puso en práctica medidas sanitarias, educativas, agrícolas, ganaderas, e incluso participó en las negociaciones con la Iglesia católica para la firma de un concordato entre el segundo Imperio y la Santa Sede. Mucho se ha comentado que, en realidad, fue Carlota quien gobernó mientras su esposo, el emperador, estaba ocupado en otros asuntos, como la entomología y la botánica.

La emperatriz hablaba y escribía correctamente en francés, alemán, castellano, inglés, italiano y latín. Su conocimiento de la historia antigua la impulsó al estu- dio de las entonces llamadas “antigüedades mexicanas”, es decir, de los vestigios arqueológicos de los pueblos que habitaron el México antiguo. No obstante, ello no le impidió ocuparse de cuestiones políticas, y desde horas muy tempranas mandaba llamar a los ministros del imperio para enterarse de lo que ocurría dentro y fuera de la capital imperial. Incluso, empleó dinero de su propio peculio para apoyar establecimientos educativos y de beneficencia, tales como el Colegio Carlota y el primer hospital obstétrico de México. También financió con sus propios fondos el embellecimiento de la Alameda, jardín centenario que desde la guerra contra Estados Unidos, entre 1846 y 1848, había quedado abandonado, lleno de basura e incluso llegó a usarse como cementerio.

Una emperatriz para las relaciones sociales

La joven monarca mandó limpiar el jardín y plantar árboles en las calzadas. Además, organizó “Los lunes de la emperatriz”, fiestas preparadas para recibir a las diferentes personalidades mexicanas con la idea de crear lazos importantes entre los emperadores y los grupos poderosos que podían sustentar el proyecto imperial. Inclusive el nombramiento de las damas de honor, que hacía la misma Carlota, y los viajes al interior de la república en los que lograba afianzar lazos con la elite local, eran muestras de una muy sobresaliente habilidad diplomática, de acuerdo con Celeste Mansuy Navarro.

CARLOTA NUNCA DEJÓ DE EXIGIR EL APOYO FR ANCÉS A SU GOBIERNO, PERO SU GESTIÓN FUE INÚTIL

Ninguna de las acciones que llevó a cabo Carlota como regente del imperio impidió, sin embargo, el colapso del proyecto político que se había sostenido mediante las armas francesas. Cuando Napoleón III les retiró el apoyo económi- co y ordenó que sus tropas salieran del territorio mexicano, la joven emperatriz decidió partir a Europa para pedir al emperador francés que siguiera dando su respaldo al segundo Imperio mexicano. Poco antes de su regreso a Europa, frente a las dudas de Maximiliano sobre si debía abdicar a la corona imperial, le escribió las siguientes palabras que demuestran su convicción sobre el papel que debían jugar los gobernantes, pese a todos los obstáculos que hubiera en su camino: “Carlos X y mi abuelo [Luis Felipe] se hundieron porque abdicaron. Por eso esto no se debe repetir. Abdicar es condenarse, extenderse a sí mismo un certificado de incapacidad y esto es sólo aceptable en ancianos o en imbéciles, no es la manera de obrar de un príncipe de treinta y cuatro años, lleno de vida y de esperanzas en el porvenir […]. Yo no conozco ninguna situación en la cual la abdicación no fuese otra cosa que una falta o una cobardía”.

El final de la aventura imperial y de Carlota

En París, Carlota exigió de Napoleón que mantuviera al Ejército francés hasta lograr la pacificación definitiva de todo el territorio mexicano, pero no consiguió convencer a los ministros franceses y todas sus gestiones fueron inútiles. Ante la negativa de apoyo se refugió en el castillo de Miramar en agosto de 1866. A partir de entonces su estado psíquico, que ya de por sí era frágil, se agravó, y su familia decidió que debía regresar a Bélgica.Carlota no se enteró del trágico fusilamiento de su esposo en Querétaro, sino hasta un año más tarde, ya que sus cercanos temían que lo ocurrido en México agravara su locura.

La joven monarca, entonces, alternó episodios de lucidez y de locura, creyó que su marido estaba vivo y le escribió sentidas cartas, y también afirmó que “si hubiera sido hombre en 1864, Querétaro hubiera sido evitado”. Es decir, no pudo evitar el colapso del imperio por su condición femenina, mas estaba convencida de que la historia habría sido muy distinta si ella hubiera llevado las riendas del poder. El 19 de enero de 1927, sesenta años más tarde que su amado Maximiano, murió Carlota de Bélgica, emperatriz de México. Al morir, casi nadie recordaba a la mujer que había pretendido guiar los destinos de una patria mexicana; no le dedicaron una oración fúnebre ni hubo ceremonias en su honor. Sólo quedó el recuerdo del Segundo Imperio Mexicano y su trágico final.

Fuente: Muy Interesante | Historia

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