A lo largo de la historia del arte, el ideal femenino ha estado ligado a unas cualidades de belleza y perfección que han convertido muchas veces a la mujer en objeto de la contemplación de los demás. Es el caso de la Venus de Milo, de proporciones perfectas y belleza imperturbable. Esculpida en el siglo II a.C. continúa siendo un modelo de belleza femenina y una de las obras de arte más icónicas de la historia.
Pero también es cierto que veintitrés siglos después de su creación, la icónica escultura del Museo del Louvre ya no es solo un sujeto pasivo admirable por la perfección de sus formas. A partir del siglo XIX su figura se ha empoderado como mujer y como símbolo de las revoluciones sociales que arrasaron con el Antiguo Régimen y que han configurado el mundo de nuestros días.
Las tres damas del Louvre
Junto con la Victoria de Samotracia y La Gioconda, la Venus de Milo es una de las tres figuras femeninas más reconocibles del Museo del Louvre. Todas ellas fueron concebidas en momentos y lugares distintos y reflejan mujeres diferentes, pero en la actualidad, desprovistas del contexto en las que fueron creadas, poseen una identidad propia. Venus, o Afrodita, era la diosa más atractiva del Olimpo y usaba sus armas, belleza y sexualidad, para lograr sus objetivos. Durante siglos, esta independencia y una evidente osadía sexual fue mal vista por la devota mentalidad cristiana, pero hoy en día podría ser asimilable a alguna de las reivindicaciones de las que hace gala el feminismo de la actualidad.
Mujer milenaria
La Venus de Milo es una escultura de bulto redondo o exenta (concebida para ser contemplada desde todo su contorno) realizada en la segunda mitad del siglo II a.C. en mármol blanco de la isla de Paros. Mide poco más de dos metros y pesa 900 kilos. Se desconoce su autor y se especula con que su nombre sería el de Alexandros, por una inscripción de la base de la estatua, hoy desaparecida. La obra pasó casi dos milenios enterrada hasta que en 1820 fue hallada por un campesino de la isla de Milos (en el mar Egeo) que la vendió al embajador francés en Constantinopla. Este la regaló al rey Luis XVIII, que a su vez la cedió al Museo del Louvre, donde se exhibe desde 1821. En la actualidad está ubicada en una gran sala, prácticamente sola, donde su blancura contrasta con el lujoso mármol rojo de la época de Napoleón Bonaparte que reviste las paredes.
Un hallazgo afortunado
Después de pasar más de mil años enterrada, la Venus de Milo fue hallada de forma casual en 1820 por un campesino local, Yórgos Kendrotás, y un joven oficial de la marina francesa, Olivier Voutier, que recordaría así el descubrimiento durante un paseo por los alrededores del teatro de Milos: «A veinte pasos de nosotros, un campesino estaba sacando piedras de las ruinas de una pequeña capilla sepultada por la elevación del terreno. Al ver que se detenía y miraba atentamente el fondo de su agujero, me acerqué. Acababa de descubrir la parte superior de una estatua en mal estado y, como no podía utilizarse para su construcción, iba a cubrirla con escombros. Con una punta de unas cuantas piastras, hice que saliera […] a primera vista, se reconoce una pieza notable. Insté a mi hombre a buscar la otra parte. Pronto la encontró. Entonces hice montar la estatua. ¡Quien haya visto la Venus de Milo puede imaginar mi asombro!». En la fotografía de arriba, el teatro de Milos y, en el círculo ampliado, el lugar en el que se encontró la escultura.
Una rareza única
Uno de los elementos más fascinantes de la escultura es el contraste entre su belleza idealizada y su terrenal aspecto después de pasar más de un milenio enterrada. Cuando fue hallada, la Venus «no tenía brazos, la nariz y el moño del pelo estaban rotos, estaba horriblemente sucia. Sin embargo, a primera vista, se reconoce una pieza notable», según Voutier. El hallazgo de una escultura griega original es un acontecimiento muy inusual, ya que durante siglos, los monumentos antiguos sufrieron las inclemencias climáticas o fueron desmantelados para construir casas o apuntalar muros. La Venus de Milo es, por ello, excepcional, a pesar de las máculas provocadas pasar más de un milenio sepultada y a merced de los fenómenos meteorológicos visibles todavía hoy: el mármol está desgastado y perforado y la unión en la cadera es muy visible debido a este desgaste, como puede apreciarse en esta imagen.
¿Afrodita o Anfítrite?
La falta de contexto arqueológico del descubrimiento y la ausencia de los brazos y las manos, que sostenían los atributos que identificaban a las divinidades (como el tridente de Poseidón o el arco de Artemisa), hace difícil asegurar la identidad de la figura sin ningún tipo de duda. En el momento de su descubrimiento, se planteó que la imagen podía representar a Anfítrite (la Salacia romana), diosa del mar y esposa de Poseidón, especialmente venerada en la isla de Milos. Pero su sensual postura o su semi desnudez decantaron la atribución a Afrodita, Venus, diosa del amor, la pasión, la belleza y el placer.
Perfección estilizada
A mediados del siglo V a.C., Policleto, instituyó el canon de belleza de la escultura griega con su Doríforo, la representación de un atleta triunfante en los Juegos Olímpicos a escala mayor que la real (2’11 m de altura). El llamado «desnudo heroico» buscaba recrear cuerpos de absoluta perfección y proporciones ideales, y establecía que la altura total de la imagen representada debía ser siete veces la de su cabeza. Los autores del periodo helenístico aumentaron esta proporción hasta las ocho cabezas, que daba como resultado figuras más estilizadas, dinámicas y expresivas emocionalmente. La Venus de Milo fue realizada en la misma talla monumental que el Doríforo (mide 2’04 m), pero como puede observarse en la imagen sobre estas líneas, siguiendo el nuevo canon de proporciones 1 a 8 que contribuye a hacer su figura más esbelta.
Rostro perfecto
Otro de los patrones establecidos por Policleto era que la cabeza de las figuras debía multiplicar por tres la longitud de la nariz. De nuevo la Venus de Milo cumple escrupulosamente con este canon. El rostro de la diosa es redondo, liso y sin imperfecciones. Su mirada distante se aleja de los patrones expresivos del helenismo, tal vez porque representa a una divinidad, que está por encima de las emociones humanas y el padecimiento. En cambio, su cabellera está perfectamente trabajada, dividida en dos mitades a izquierda y derecha y recogido en un moño. El delineado en ondulaciones realizado con un trépano –herramienta con varios dientes usada para horadar la roca en patrones– aportan a la cabellera un delicado juego de luces y sombras y la dotan de un gran realismo.
Silueta sinuosa
La postura de la Venus de Milo sigue el patrón que en el Renacimiento se denominará contraposto y que Miguel Ángel sublimará en su David: apoyada sobre su pie derecho, cada parte de su cuerpo se torsiona en dirección opuesta para formar una especie de rizo. Para los escultores griegos Este contraste entre músculos contraídos y relajados, extendidos y flexionados hace que tengamos la impresión de que la escultura a punto de ponerse en movimiento. De forma natural, la visión del espectador realiza un recorrido que atraviesa la estructura en S de la figura a través de las torsiones: de la cabeza, ladeada hacia nuestra derecha, hasta el pie de apoyo, flexionado a la izquierda.
Drapeado virtuoso
En el detalle sobre estas líneas pueden apreciarse perfectamente las dos piezas en las que se divide la composición y el corte donde se ensamblan. El torso de la diosa está tratado buscando la perfección de sus formas, pero de una forma realista y natural. El drapeado de la túnica que le cae encima de las caderas está reproducido de forma detallada, parece que los pliegues floten mecidos por la brisa. La técnica del drapeado fue muy cultivada por los escultores helenísticos, como una forme de esculpir el cuerpo femenino, demostrando su virtuosismo. Una técnica que alcanzó su máximo esplendor en la Victoria de samotracia, expuesta a poca distancia de la Venus en el Louvre.
Observada desde todos los lados
Las estatuas exentas griegas estaban concebidas para ser observadas desde cualquier perspectiva, y por ello los escultores se esforzaban en los detalles de sus piezas desde todos los ángulos. Aun así, estaba establecido que había un punto de vista que era el principal, el frontal, que debía tener el aspecto más armonioso y perfecto posible. La vista trasera muestra como el escultor de la Venus de Milo se esforzó en recrear la parte posterior de su diosa de manera realista, pero con un nivel de cuidado en los detalles menor si comparamos el drapeado del vestido con el de la parte delantera, con una mayor abundancia de pliegues que son, a la vez, más detallados.
Una diosa enjoyada
Las pocas imágenes originales de la antigüedad que han sobrevivido al paso del tiempo y su desgaste han hecho que tengamos una imagen distorsionada de la estatuaria clásica como piezas frías, blancas y sin ningún adorno. Nada más lejos de la realidad. La Venus de Milo estaba pintada de vivos colores y lucía joyas de metales preciosos adosadas su cuerpo de piedra. El único testimonio que nos queda de ellos son los agujeros en el brazo derecho, donde debía engancharse un brazalete, y el surco que recorre la cabellera de la diosa, lugar en el que se ceñía una corona. Ambas piezas habrían sido saqueadas en tiempos remotos debido a su gran valor material.
¿Cómo era en realidad?
Una de las primeras cuestiones que afrontaron los expertos del Museo del Louvre antes de exponer por primera vez la estatua fue la de restaurar o no las partes perdidas. Al final se decidió exhibirla tal y como se halló, reconstruyendo las dos mitades separadas. Aun así, ha habido muchas propuestas que recrean su aspecto original, basándose en esculturas similares. Parece casi seguro que sostendría una manzana, símbolo de la diosa Afrodita o Venus, como la elegida por Paris como la más bella del Olimpo. Otros la han imaginado sosteniendo un escudo, o incluso una corona de la victoria. Más o menos fundads, todas son meras especulaciones. Arriba, algunas de las diversas propuestas a inicios del siglo XX.
Fuente: National Geographic
