Este año inicia con asombro y un poco de tristeza por el pésimo mensaje que la autoridad envía a una ya de por si, extraviada juventud.
El asombro viene de la respuesta a un hecho por demás absolutamente inverosímil impactante y vergonzoso: Que la magistrada Yasmín Esquivel, se le ha acusado de plagio, en su tesis de licenciatura; es decir, en el documento que la acredita como apta y la titula ante las instituciones y la sociedad como capaz, en este caso, para la abogacía.
Este es un tema asombroso, porque pone en duda desde el proceso de titulación hasta el de postulación y adhesión como magistrada, todos y cada uno de los puestos que ocupó por insignificantes que hayan sido, son un fraude ante un hecho como el plagio de su tesis; esto no es un asunto menor ni exclusivo.
En el sexenio pasado, al propio presidente se le acusó de estas malas prácticas y como era de esperarse en un país donde cada día la ley está más abajo del poder de los titulares de los organismos de gobierno en turno, no pasó nada.
En este sexenio tenemos varios casos celebres, antes del de la magistrada y en diversas instituciones; en el CIDE, en la FGR en la vocería y ahora en la SCJN; y vaya usted a saber, en cuántos puestos más, a niveles que no vemos pero que están ahí, tomando decisiones y cobrando del erario.
Esto es inverosímil, porque valida aquello de que es más importante la lealtad que la capacidad, lo que condena a todas las instituciones, en todos los ámbitos y al país entero a decisiones mal tomadas, ignorar la ley y cometer atropellos sólo por ser leales al poder presidencial. Esto parece el corolario del rencor hacia el uso de la técnica, el conocimiento y la formación intelectual.
En otros países las reacciones desde el poder presidencial, hubiera sido de solicitar la renuncia en cualquiera de éstos tristemente célebres casos; pero no, por eso resulta asombroso a mi juicio, porque lejos de una reacción racional, hemos sido testigos de muchas palabras, en defensa de la magistrada, culpando al plagiado, persiguiendo a quienes descubrieron el caso, pero nunca solicitando –o al menos sugiriendo- que haya responsabilidades a los actos.
Esto manda una mala señal a la juventud, en dos sentidos, estos son: No importa que hagas trampa, igual puedes llegar muy lejos y No importan que hagas trampa, no pasa nada.
Son miles los que desean ingresar a la UNAM y millones los que consideran estudiar una carrera y estas olas no van a detenerse, por el contrario, serán una tras otra y si no hay una sanción ejemplar para estos casos, el valor del título universitario se deteriorará al grado de que será nada, pues cualquiera con suficiente astucia podrá acreditarlo y hasta destacar en cualquier ámbito.
No es un mensaje correcto, la autoridad debería ejercerse de manera que se corrija este pésimo resultado, que las generaciones de futuros egresados sepan que titularse cuesta y que es un documento que habla de sus valores, tesón y congruencia con el nivel que desean adquirir en la sociedad.
Por esto veo que el año inicia con asombro y con tristeza, ojalá me equivoque y sea el inicio de la corrección del camino y sea la UNAM quien nos sorprenda y ponga en su esfera de actuación, el ejemplo de que las cosas que se hacen bien fructifican bien y que lo que se hace mal, tarde o temprano pasa factura.
Quiero agradecerle lector, por la generosidad al brindarme su tiempo para leer estas líneas. Le deseo la mayor prosperidad en todo lo que haga y sobre todo, que concluya cada libro, cada tarea, cada propósito y cada objetivo que tenga en mente.
Agradezco también al portal por abrirme sus puertas desde el año pasado y con el entusiasmo de iniciar este año que seguramente será interesante.
Nos leemos en la próxima entrega.