Ella venía de una familia muy fifí (los abuelos eran diplomáticos). Él, de un estrato muy pobre; de una zona inhabitable, prácticamente un desierto. Bueno, dicen, no tengo la certeza, pero es lo que comenta todo mundo.
Lo que sí me consta es que ella era, literal, la emperatriz de las ventas y la diplomacia. No sólo porque era encantadora y sabía persuadir al cliente más testarudo, sino porque, cuando se le caía algún proyecto, le hablaba a alguno de sus amigos industriales y éste convencía a las personas indicadas para “cerrar” una venta corporativa millonaria. Por supuesto, también era orgullosa y, en lugar de trabajar en alguna de las empresas de su familia, quería “probarse” en algo ajeno pero de relevancia internacional. Por eso dicen que eligió este corporativo, más por “el nombre” que por cuanto pudiera facturar.
Se dice que él ni siquiera conoció a su padre y que, desde muy niño, empezó a trabajar con su madre en el servicio doméstico; pero tuvo la fortuna de ser muy curioso e inventivo, al grado de que: instrumento que caía en sus manos, lo desarmaba y volvía a armar sin ningún problema; así fue como aprendió a reparar y construir de todo. De productos de desecho ensambló su primera computadora y, de forma autodidacta, se convirtió en uno de los ingenieros de sistemas más jóvenes y talentosos de la empresa (a donde llegó primero como mensajero). Por algo un tiempo recibió el mote de “El Elegido”.
Se dice que fue en las fotocopias donde coincidieron por primera vez; otros corrigen que no, que fue en la fila de los microondas; haiga sido como haiga sido, lo cierto es que él se le quedó viendo un largo rato como imbécil y ella, incómoda por la situación, le preguntó molesta: “¿Qué me miras, esclavo?”; él sólo atinó a responder: “¿Eres un ángel?” Por supuesto, todos se cagaron de la risa y desde entonces lo cabuleaban con frases como: “¿Ya le verificaste la instalación a tu querubín? ¿Cuándo la invitas de paseo por la Tierra?”; él, aunque callado, sólo se llenaba de rencor y deseos de venganza de sus superiores pues, aunque era muy diestro en su oficio, jamás fue contratado por la empresa (estaba subempleado por outsourcing).
Para no hacer más largo el cuento, el asunto se puso interesante a partir de que el director general tuvo “la grandiosa ocurrencia” de organizar una fiesta temática de fin de año. Obvio, todo se hizo aquí, en el salón de eventos, a un lado del gimnasio. Y como ese año se estrenaba el Episodio III, todos gritaron a favor de que el tema fuera Star Wars.
La mayoría de los de marketing se disfrazaron de Sith; los de ventas de cualquier personaje genérico (hubo quienes no entendieron nada y llegaron de vulcanos de Star Trek), salvo ella, que llegó de Padme, la Reina Amidala. Los ñoños de sistemas llegaron de Jedis y, por supuesto, él de Anakin (de ahí los apodos que “los inmortalizaron”).
La cosa es que, durante toda la fiesta, ella empezó a provocar al chavito (dicen que las otras vendedoras la retaron para hacerlo caer de borracho) y este menso, pues cayó redondito; pero resultó que el escuincle, quién sabe si por novato o porque tenía hígado de cosaco, le empezó a aguantar la marcha, al grado de que fue ella quien acabó perdida. Como todos andábamos más o menos igual, ni quién se percatara cuando abandonaron la fiesta; ni siquiera cuando, entre balbuceos, hicimos el brindis.
Lo cierto es que al día siguiente, en un espacio al que llamamos “la perrera” (porque es un punto ciego para las cámaras de la oficina) encontramos el sable roto del Anakin y jirones del vestido de la Padme.
Como luego se atravesaron las vacaciones, a nadie le extrañó que la Padme no se apareciera por varios días y el Anakin “se reportara enfermo”. No fue hasta mucho después que nos enteramos “del cinito”. Pensamos que todo se había reducido a un simple acostón de una noche, pero no: resulta que ambos quedaron enculadísimos y ella se lo llevó de vacaciones al pueblo de sus antepasados (quesque en una campiña europea), hasta que se enteraron sus papás, quienes no sólo mandaron a sus achichincles por la Padme, sino que se encargaron de que nunca volviera a encontrarse con el Anakin. Por sus faltas injustificadas despidieron al Anakin sin siquiera darle una carta de recomendación.
Mucho después nos enteramos que ella quedó embarazada, que se negó a practicarse un aborto y que, por complicaciones (eran gemelos), murió en el parto. Dicen que cuando el Anakin se enteró (quien para entonces ya trabajaba en una fábrica de cohetes en Tultepec), se puso a destruir todo…, hasta provocar una explosión. Cuando los bomberos lograron controlar el incendio, lo encontraron tan carbonizado y mutilado, que se sorprendieron de que siguiera con vida. Dicen que le amputaron todas las extremidades y que hoy vive conectado a una máquina para respirar. Sí, quedó el puro tamalito achicharrado.
Se dice que los padres de Padme dieron en adopción a los niños a familias distintas y que, a punta de billetes, censuran a quien intente averiguar qué pasó con su hija.
A veces me pregunto si todo esto que se rumora es cierto o son puros inventos para evadirnos de nuestros propios problemas y carencias. Estoy seguro de que ni la Padme ni el Anakin se enteraron jamás de cuánto seguimos contando sobre ellos (y cada vez con más lujo de detalles).
¿Por qué la gente será tan chismosa?
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