En el llamado mundo postmoderno, en medio de la revolución de la inteligencia artificial, de los autos autónomos y el internet de las cosas, existe un damnificado inesperado: el amor romántico. El antiguo pacto social está roto: aquel donde el esfuerzo llevaba al matrimonio, el matrimonio a los hijos y los hijos al legado. Hoy, esa ecuación agoniza. Estamos presenciando una reconfiguración silenciosa donde la búsqueda de la plenitud personal y, sobre todo, de la estabilidad financiera, implica desmontar ese modelo. Las relaciones afectivas enfrentan presiones inéditas. Si bien la invaluable visibilización de las violencias estructurales es un logro social, también ha expuesto la fragilidad de los vínculos, cuestionando el matrimonio como pilar de la sociedad. Esto ha dado lugar a nuevas formas de convivencia, incluyendo propuestas surrealistas como el “matrimonio por tiempo determinado”, y hoy las generaciones replantean la idea misma de familia. Pasamos de las brechas generacionales a las brechas afectivas. La visión a largo plazo se sustituye lentamente por el “aquí y el ahora”, incluso el “aquí en cualquier lugar y solo por ahora”.
Este cambio de paradigma tiene un correlato directo en la estadística y la economía.
Cuando el ‘sí, acepto’ es un riesgo financiero
Durante décadas, el éxito se midió con un patrimonio creciente y una familia estable. Pero los cimientos de ese modelo se han desmoronado. A nivel global, las tasas de matrimonio en la OCDE han caído drásticamente. En México, los datos del INEGI hablan por sí mismos: pasamos de 7.1 matrimonios por cada 1,000 habitantes en el año 2000 a un mínimo histórico de 5.0 en 2023. Mientras tanto, la tendencia de los divorcios es alarmante: la relación divorcios/matrimonios escaló del 15.1% en 2010 al 32.9% en 2022. Las causales que regían en el siglo pasado hoy parecen anacrónicas frente a mecanismos como el divorcio incausado (conocido como “exprés”) y una cultura de la inmediatez donde ya no hay periodo de espera y reflexión.
Hoy, el “sí, acepto” es visto por muchos menos como un acto de amor y más como un contrato de alto riesgo. Estudios internacionales revelan que un divorcio puede pulverizar hasta un 77% de la riqueza personal. Como dicta el chiste con amarga ironía, si la principal causa del divorcio es el matrimonio, muchos están optando por evitar la causa.
El dividendo de la tranquilidad: No tener hijos como estrategia financiera
Ante este panorama, emerge una decisión que trasciende lo afectivo para instalarse en la fría planificación financiera: la elección de no tener hijos. Criar a un solo hijo en México hasta la mayoría de edad, según diversas estimaciones, puede superar los 4 millones de pesos, sin contar la universidad. Es un pasivo de 18 años que determina por completo la capacidad de ahorro e inversión.
Para un número creciente de millennials y centennials, ser child-free no es una renuncia, sino una estrategia financiera consciente. Es la decisión activa de optar por un “dividendo de tranquilidad”, que se traduce en:
- Mayor liquidez y capacidad de ahorro: Sin los gastos fijos de la crianza (alimentación, educación, esparcimiento, vivienda), el ingreso discrecional se multiplica.
- Menor estrés financiero: La capacidad para afrontar imprevistos como una crisis económica o la pérdida de empleo es infinitamente superior.
- Libertad de inversión: Permite construir portafolios más agresivos y aspirar a metas como el retiro temprano (movimiento FIRE, Financial Independence, Retire Early), un lujo impensable para el padre de familia promedio.
- Flexibilidad profesional: Facilita la movilidad laboral, la capacidad de emprender y elegir proyectos por pasión y no solo por necesidad.
Esta solvencia se refleja en la contracción demográfica histórica de México: la Tasa de Fecundidad se desplomó de casi 7 hijos por mujer en los años 70 a solo 1.6 en 2023, una cifra muy por debajo del nivel de reemplazo de 2.1, el cual dejamos atrás en 2018.
La gran redirección de la economía del afecto
El capital afectivo y financiero liberado por la ausencia de hijos se redirige, creando industrias florecientes:
- La Economía de la Experiencia: El dinero antes destinado a las colegiaturas hoy financia viajes a lugares remotos, cenas de autor y bienestar personal. Se prioriza vivir sobre poseer.
- La “Pet Economy” de Lujo: El afecto también se redirige. El mercado de mascotas en México, que alcanzará los 3,600 millones de dólares en 2025, ya no vende solo alimento; ofrece seguros de gastos médicos, juguetes, ropa, hoteles, viajes, carriolas, spas y tecnología de monitoreo. Los animales de compañía, humanizados, se han convertido en receptores de un gasto afectivo que antes ocupaban los hijos.
- La Vivienda Flexible: El sueño de la casa con jardín se cambia por un estudio céntrico o un estilo de vida de “nómada digital” que privilegia la renta, liberando capital antes inmovilizado en ladrillos.
El costo de la libertad y el legado
Sin embargo, esta nueva libertad tiene costos a largo plazo que apenas empezamos a vislumbrar. El estilo de vida sin arraigo, que privilegia la experiencia sobre la permanencia, perfila un futuro donde la vejez podría vivirse en una profunda soledad. Esta no es solo una preocupación emocional, sino un factor de riesgo económico. La red de apoyo que tradicionalmente proveía la familia —cuidado en la enfermedad, compañía, soporte afectivo y logístico— desaparece y debe ser sustituida por servicios profesionales con un alto costo. La soledad se convierte en un pasivo, una variable a incluir en la planificación del retiro que amenaza con consumir el mismo capital acumulado gracias a la libertad de no tener hijos. Habrá abuelos sin nietos.
Esta transformación redefine el concepto final: el legado. Si el propósito de la vida ya no es criar herederos, el patrimonio se convierte en una herramienta de autoexpresión. Surge la filosofía de “morir en cero”, donde gastar todo en experiencias es señal de una buena planificación. Y si queda un remanente, la tendencia es clara: el dinero será para cuidadores, amigos leales o, cada vez más, para causas filantrópicas. La herencia deja de ser una obligación de sangre para convertirse en una inversión de impacto. Quizás, después de todo, la era de Los Aristogatos, aquel clásico de Disney donde una fortuna se hereda a los felinos de la casa, ha dejado de ser solo una fantasía fílmica.
Estamos ante un nuevo ecosistema económico y humano, donde la libertad individual se cotiza alto y la estabilidad financiera se ha convertido en el máximo símbolo de estatus. Un mundo donde, si bien los hijos no son una inversión económica, sí lo son en el terreno de los afectos. Un mundo que nos obliga a preguntarnos cómo será morir en soledad, quizás, bajo la única mirada del animal de compañía.
Sobre el autor:
*Edgar Alonso Angulo Rosas es psicólogo clínico y experto en adicciones con amplia experiencia en prevención y atención a violencias, adicciones, salud mental y derechos humanos. Ha ocupado cargos directivos en ONGs, sector público y privado.
Correo electrónico: eangulor@eldivan.org
