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Una obra de arte que vale más por no existir: la denuncia de un artista de las «trampas» de las empresas contaminantes

El artista catalán Josep Piñol convierte la ausencia de una escultura en un espejo crítico de los mercados de carbono y sus trampas.

Una obra de arte tiene, ya es sabido, un valor tanto cultural como económico. Pero, ¿y si ese valor fuera mayor si el artista evita crear la obra? Es el rompedor planteamiento que el creador catalán Josep Piñol ha querido poner encima de la mesa para denunciar las «trampas» de los mercados voluntarios de carbono, un sofisticado y opaco sistema según el cual las empresas contaminantes pueden recibir créditos tan solo con anunciar que evitarán expulsar a la atmósfera gases de efecto invernadero, siempre que sigan unos estándares establecidos. 

De cara a la cumbre del clima, que se celebra en noviembre a orillas del Amazonas, en Brasil, Piñol propuso crear una gran instalación artística en la selva. En ella, 100 figuras de bronce con traje ejecutivo se erguirían sobre ataúdes convertidos en módulos de captura de CO₂. Sin rostro reconocible, esas siluetas aluden a un poder «estructural e intercambiable», ya que cerca del 90% de las emisiones globales procede de apenas un centenar de decisores económicos y políticos.

Sin embargo, el mayor valor de esta instalación es que nunca existirá. En una performance celebrada este sábado en el Museu Tàpies de Barcelona, dentro del ciclo Museu Habitat dirigido por Manuel Borja-Villel, Piñol se ha comprometido ante notario a no crear la obra.

Con ello, evitará la emisión de 57.765 toneladas de dióxido de carbono equivalente, una cantidad que se registra como créditos de carbono con un valor estimado de 1,6 millones de euros. Estos créditos son los que usan las empresas en sus balances anuales para compensar el CO₂ que realmente han producido, y así pueden sacar pecho de alcanzar «emisiones cero netas» o vender su compromiso en materia de sostenibilidad. Es, según la denuncia de muchas organizaciones ecologistas, un mecanismo de greenwashing o lavado de cara verde. 

Piñol lo ve como «una bula papal contemporánea», una suerte de «indulgencia climática» con la que «se compra el derecho a pecar», o a contaminar, en este caso.

Créditos por la «amenaza» de contaminar

Los mercados de carbono son una herramienta fundamental en la política climática global. Desde que empezaron a implantarse con el Protocolo de Kioto de 1997, mercados regulados como el de la Unión Europea —el más grande del mundo— aplican a las empresas contaminantes el principio de «quien contamina, paga» y las obligan a comprar permisos o créditos de emisión (1 permiso = 1 tonelada de CO₂). Esto incentiva a las empresas a reducir las emisiones, ya que contaminar les sale más caro, y premia a las que ya lo hacen al poder vender sus créditos sobrantes y obtener beneficios económicos.

En paralelo, se han desarrollado los mercados voluntarios, donde no hay un precio tasado por cada tonelada como en el caso de la UE, sino que se basan en la ley de la oferta y la demanda. En ellos, se generan créditos por evitar o compensar emisiones, lo que se hace mediante la reforestación o la captura de carbono. Para Piñol, estos mercados «no son ni buenos ni malos» per se, y, si se les da un buen uso, pueden representar «reducciones climáticas reales».

«El problema está en el uso: cuando no es herramienta, sino que pasa a ser trampa», puntualiza. Una investigación periodística de The Guardian junto a otros medios reveló en 2023 que el 90% de las compensaciones que realizaba la mayor certificadora mundial de estos créditos, Verra, no tenían ningún valor y «podían empeorar el calentamiento global». Compañías como Disney, Shell, Gucci o easyJet recurrían habitualmente a estos créditos.

Con su obra, Piñol construye un «espejo» en el que se reflejan las incongruencias y los trucos de estas empresas planteando un escenario que cree «más común de lo que pensamos»: una compañía lanza una «amenaza potencial» de contaminación que al retirarla le permite obtener estos bonos. 

Para ello, pone un ejemplo: «Hay un promotor que no tiene verdaderamente la intención real de talar el 5% del Amazonas, pero genera esa amenaza, presenta una serie de pruebas documentales y sabe que va a especular con este producto porque del otro lado va a salir alguien que va a decir ‘’no, impido que se tale y así me puedo colgar la medalla».

«Hay obras que hablan más en su ausencia que en cemento y bronce»

La idea de Piñol, en un primer momento, era llevar a cabo realmente la obra. Consiguió que varios inversores la apoyaran —logrando incluso una financiación de más de 18 millones de euros—, pero en una «fase avanzada» de su creación pensó: «¿Y si la evito?».«En tiempos de emergencia climática, no todo merece ser construido: hay obras que hablan más en su ausencia que en cemento y bronce», señala.

En ese momento comenzó la creación de lo que se podría denominar otra obra de arte paralela: el artista desarrolló una certificadora propia que, siguiendo los estándares internacionales, determinó el valor de la instalación y de su evitación. Después, una auditora externa comprobó la metodología empleada y confirmó cuántas toneladas de CO₂ se evitarían y cuál sería su precio en créditos de carbono.

La obra en sí, esas 100 figuras encima de sus ataúdes, le interesa al artista «relativamente». En su lugar, pone el énfasis en la vertiente pedagógica: «Si yo he podido evitar esta obra y obtener toneladas de CO₂, ¿qué puede hacer entonces una gran corporación?«, plantea Piñol.

«Para mí esto ha sido una obsesión: yo quiero desnudar la maquinaria para que alguien valore si esto le parece coherente o no», apunta. De los créditos que obtendrá, una única tonelada acreditada de CO₂ se venderá al comprador, un coleccionista privado, mientras que, sobre el resto, Piñol firma su renuncia expresa a cualquier derecho de uso. Las «libera» para que «no pudieran convertirse en objeto de especulación ni ser utilizadas en reportes de sostenibilidad corporativa». 

Denuncia, además, la incongruencia de que estas toneladas de dióxido de carbono que se certifican y con las que se comercia son «infinitas». «¿De dónde salen estas toneladas?», se preguntan. Incluso activos de riesgo también invisibles como el Bitcoin tienen regulado un máximo y un mínimo, y lo mismo ocurre con el dinero: «Imagínate que lo produjéramos infinitamente, no tendría ningún valor».

A estos mercados voluntarios acuden todo tipo de empresas, pero destacan por su tamaño las grandes tecnológicas. Solo en 2024, en ellos se movieron 1.700 millones de dólares, según Global Market Insights.

De la Virgen con morcillas a los mercados de carbono: una «cuestión de fe» 

Piñol no es un artista ajeno a la polémica. En 2024 saltó a los titulares de prensa por otra obra controvertida: la Santa Baldana, una escultura de la Virgen rodeada de morcillas y sacada en procesión en Tortosa, Tarragona. El creador tuvo que declarar ante el juez por una demanda de Abogados Cristianos por ofensa a los sentimientos religiosos y la cuestión ocupó tertulias durante días.

Ahora plantea una instalación acerca de un tema que parece, sobre el papel, radicalmente distinto. Pero Piñol defiende que existe un nexo común, ya que en ambos hay «una cuestión de fe». En el caso de la Virgen, en una presencia divina, y en su nueva obra, en «la operativa de una maquinaria» que se asemeja a una bula papal. «Comprar el derecho a poder pecar», afirma, nos remite a nuestra tradición católica.

Fuente: rtve

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