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El legado de Remedios Varo, la pintora surrealista catalana que bate récords en Sotheby’s

La artista creció en Anglès (Girona), estudió en Madrid y en París y se exilió a México, donde murió en 1963.

“Estimado desconocido”. Así comienza una de las tres cartas dirigidas a psicólogos cuyos nombres Remedios Varo escogió al azar de una guía telefónica. Es a lo desconocido a lo que espera acercarse, como deja claro en otra carta a un terapeuta igualmente aleatorio: “Tengo grandes esperanzas de que lleguemos a comprendernos, porque así podemos dirigirnos el uno al otro con entera libertad sin la censura que interviene en las relaciones humanas”.

¿Qué es lo que Varo, la artista onírica catalana que llevaba ya diez años exiliada en México quería explorar? Un ejemplo lo menciona en esa misma carta: “La tentación de aceptar el reloj como árbitro de mis gestos”.

La preocupación por el tiempo no abandonaría pronto la mente de Varo. En Revelación o El Relojero (1955), la figura principal “representa el tiempo ordinario nuestro”. Con la mirada perdida, el anciano contempla la distancia, dejando a un lado por un momento su labor mecánica y permitiendo que se deslicen de su mesa algunos engranajes metálicos. Lo que capta su atención es una espiral azul: “Por la ventana entra una revelación y comprende de golpe muchísimas cosas”. Varo plasma en el cuadro un sentimiento universal, aunque no gratuito. La pintura se subastó en Sotheby’s el pasado mes de julio por la asombrosa cifra de 6,2 millones de dólares.

Estos temas acompañaron a la artista durante toda su vida, pero no así semejante fortuna. Varo creció en Anglès, Cataluya, pero al estudiar en Madrid quedó influenciada por Goya, El Greco y el Bosco tras frecuentes visitas al Prado. A los 22 años, el fervor de la Segunda República española comenzaba a transformar la ciudad. Los estallidos de violencia la empujaron a París por un año, ciudad a la que regresaría en 1936 por el recrudecimiento de las tensiones políticas. Su amor de entonces, el poeta Benjamin Péret, la introduciría en el círculo de los surrealistas de la Ciudad de la Luz: Andre Breton, Max Ernst, Joan Miró y Leonora Carrington.

Aunque su obra flotaba entre la realidad y lo onírico, su proceso artístico era siempre ordenado

Según explica Isabel Castells, editora del libro que recopila los escritos de Varo, El tejido de los sueños, que incluye sus cartas, el surrealismo de la época no se caracterizaba porque “la realidad pragmática del día a día sea lo verdadero y el sueño pertenezca al ámbito de la fantasía, sino que ellos consideran que el sueño es tan real como la realidad y la surrealidad es ese punto en el que la vigilia y el sueño se unen”.

Aunque su obra flotaba entre la realidad y lo onírico, su proceso artístico era siempre ordenado: “Cuando ella hacía un boceto, lo calculaba todo, lo medía minuciosamente, hasta llegar al lienzo”.

Tras el período formativo en París, la amenaza nazi y la imposibilidad de regresar a España bajo la dictadura de Franco llevaron a Varo —al igual que a Carrington— a instalarse en Ciudad de México en 1941, donde permanecería el resto de su vida. “Se iban por los mercados del Distrito Federal y compraban pócimas extrañas, hacían recetas y se reían mucho. Las dos compartían un sentido del humor, intereses, y su inicial adhesión al movimiento surrealista, que de alguna manera nunca abandonaron”, transmite Castells.

Con los años, Varo logró construir una vida en México que le permitió dedicarse plenamente a su arte, especialmente después de que Walter Gruen, su compañero durante los últimos once años de su vida, reconociera su talento y la apoyara para que pudiera entregarse de lleno a la pintura. Fue en ese entorno de sostén donde Varo pudo “dedicarse a pintar, rodeada de gatos y con un núcleo de amigos”, explica Castells. “Solamente en México Varo encontraba la paz para pintar, que nunca halló en la Europa de entreguerras”.

Como muestra La revelación, Varo nunca dejó de examinar su mundo interior ni la idea de las vidas pasadas. En palabras de Varo a su hermano,  el relojero no está atormentado, sino que lleva “una expresión de asombro y de iluminación”.

Esa iluminación la encontraba, sobre todo, a través de su arte, aunque —en tono de broma— nunca descartó del todo un psicólogo, aunque fuese uno escogido al azar: “Tengo la convicción que entre ellos se encuentran con frecuencia personas que sienten y comprenden. Contésteme enseguida. Apartado postal 41 bis”.

Fuente: La Vanguardia

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