En un día sofocante de abril de 2025, un pequeño grupo de investigadores espeleólogos liderado por José “Pepe” Urbina, un veterano buceador de cuevas, y Roberto Rojo, biólogo y espeleólogo, avanzaba con dificultad en fila india por la densa selva tropical de la península de Yucatán, en México.
Se encontraban a unos 24 kilómetros tierra adentro desde la costa caribeña. Avanzando lentamente, apartaban la maleza con un machete mientras buscaban señales de su destino: un tramo remoto de la inundada cueva de Zumpango, en el que probablemente nadie había puesto un pie en años.
De repente, la vegetación se aclaró, revelando la entrada irregular de un enorme túnel de piedra caliza que se adentraba en el subsuelo. El aire se enfrió a medida que el equipo descendía, sorteando con cuidado las grandes estalactitas. Entonces alguien gritó “¡uy!” y todos lo vieron: había una antigua vasija maya sobre una repisa empotrada en la roca.
Este tipo de descubrimientos no son infrecuentes en Yucatán, que cuenta con una vasta red subterránea de cuevas de piedra caliza atravesadas por ríos. Cuando parte de una cámara se derrumba, se forma un sumidero natural llamado cenote, término que proviene de la palabra maya ts’onot.
Para el pueblo maya, estos cenotes son lugares sagrados donde habitan dioses y espíritus. También son maravillas geológicas que pueden contener artefactos históricos y especies acuáticas en peligro de extinción, aunque algunos se han convertido en lugares turísticos para los visitantes que desean nadar en sus aguas tradicionalmente cristalinas.
Fundamentalmente, los cenotes del sur de México tienen otra función tradicional: forman parte de un acuífero profundo que se extiende a lo largo de 103 000 kilómetros y es la única fuente de agua dulce para millones de personas de la región. “Todo el mundo está conectado a través de los cenotes”, asegura Urbina. Para él, para Rojo y para un grupo cada vez mayor de conservacionistas, eso hace que sea aún más importante estudiar exactamente lo que ocurre dentro de estos portales encantadores.
Los cenotes llevan décadas amenazados por los residuos agrícolas y las fugas de aguas residuales residenciales. Pero en los últimos años, la llegada del Tren Maya, una línea ferroviaria que conecta destinos turísticos de todo México, haaumentado la urgencia de comprender mejor estos frágiles ecosistemas. El circuito de 1550 km, cuya construcción costó unos 30 000 millones de dólares y que comenzó a funcionar a finales de 2024, se construyó en parte perforando enormes pilares de soporte directamente en el mismo lecho rocoso que sostiene los cenotes.
Al mismo tiempo, Urbina y Rojo temen que el creciente desarrollo a la sombra del tren pueda afectar aún más a los cenotes. Durante años, ambos trabajaron por separado para dar la voz de alarma sobre estos preciados espacios. Urbina dirige un grupo conservacionista llamado Sélvame del Tren, y Rojo es cofundador de Cenotes Urbanos. Pero no fue hasta que se anunció el Tren Maya cuando unieron sus fuerzas y se formó un movimiento más amplio.
Ahora que la línea ferroviaria está en pleno funcionamiento, forman parte de un colectivo de al menos diez grupos diferentes que se apresuran a catalogar los numerosos cambios del ecosistema antes de que sea demasiado tarde. “Confío plenamente en que hay soluciones”, destaca Rojo, aunque le preocupa que se necesiten generaciones para reparar el daño ecológico.
Uno de los principales retos es comprender el alcance de la red. Hay al menos 8000 cenotes registrados en la península de Yucatán, en México, pero como los sumideros pueden aparecer de repente, a medida que la piedra caliza cede ante siglos de fisuras, podría haber muchos más. Para trazar el sistema subterráneo, Urbina y otros buzos han cartografiado aproximadamente 1450 kilómetros de cavernas. Aun así, estima que eso solo representa alrededor del 10 % del laberinto total.
Una cosa está clara: la contaminación puede viajar fácilmente a través del agua que fluye de un cenote a otroy, finalmente, llegar al mar. Flor Arcega-Cabrera, geoquímica ambiental de la Universidad Nacional Autónoma de México, afirma que la industria agrícola se ha convertido en la mayor fuente de contaminación.
Su investigación muestra que los desechos animales mezclados con hormonas, los fertilizantes con metales pesados y los pesticidas de los campos de cultivo probablemente se filtran en el acuífero. Esto es importante porque la gente utiliza el agua de los pozos y se la da a beber a sus bebés, explica Arcega-Cabrera. Por ejemplo, el nitrato, un ingrediente común en los fertilizantes, puede sustituir al hierro en la sangre. Esto puede provocar el síndrome del bebé azul, en el que el organismo de los bebés ya no es capaz de transportar oxígeno por el cuerpo.
Muchos residentes que no tienen acceso a instalaciones de tratamiento de aguas residuales también filtran las aguas residuales a través del suelo, un sistema que causa problemas con la piedra caliza porosa. (Una vez, mientras Rojo exploraba una cueva, escuchó el débil silbido de un inodoro sobre su cabeza y vio cómo los excrementos llovían a su alrededor). Cerca de los sitios turísticos y los parques industriales, algunos cenotes también se han convertido en vertederos ilegales.
Y luego está el tren. La construcción del Tren Maya comenzó en 2020, a pesar de que muchos científicos, buzos de cuevas y miembros de las comunidades indígenas locales se opusieron. Urbina, que lleva más de treinta años buceando en cuevas, se unió a una demanda que llegó al Tribunal Supremo de México y suspendió brevemente la construcción en 2023. Pero la victoria duró poco. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, alegando cuestiones de seguridad nacional, simplemente llamó al ejército para que terminara el trabajo.
En total, el Tren Maya está ahora anclado por 15 000 pilares, algunos de los cuales se clavaron en cenotes. A los investigadores les preocupa qué descubrimientos arqueológicos se hayan podido perder por el camino.
En 2014, un buceador se topó con el esqueleto de una niña de 13 000 años de antigüedad dentro de un cenote. Más tarde, los científicos determinaron que estaba genéticamente relacionada con los nativos americanos modernos, un descubrimiento que ha permitido comprender con mayor precisión cómo se poblaron por primera vez las Américas.
Las cavernas también sirven de hábitat fundamental para animales como jaguares, tapires, zarigüeyas, zorros y coatíes, que utilizan los cenotes como fuente de agua. “Cuando llegas a una cueva en buen estado, ves grillos, peces ciegos, camarones ciegos, murciélagos”, enumera Rojo. Pero cuando una cueva se ve afectada, los habitantes originales son invadidos por cucarachas y ratas.
Hoy en día, Sélvame del Tren y Cenotes Urbanos mantienen un contacto regular para maximizar sus investigaciones y encontrar formas de sensibilizar más al público. La expedición a la cueva de Zumpango, por ejemplo, formó parte de un esfuerzo conjunto para cartografiar y hacer un seguimiento del estado de las cuevas existentes en el estado mexicano de Quintana Roo, que incluye zonas turísticas como Cancún y Playa del Carmen, a las que ahora se puede llegar fácilmente en tren.
Aunque Urbina fundó Sélvame del Tren con el objetivo de crear conciencia sobre los problemas medioambientales en las redes sociales, organizar protestas pacíficas y supervisar la contaminación, el alcance de la organización se ha ampliado hasta incluir el seguimiento de cómo el tren ha interrumpido el movimiento de los animales en la región.
Desde que Rojo fundó Cenotes Urbanos junto con sus compañeros activistas Talismán Cruz y Ximena Chávez hace casi ocho años, el grupo ha crecido hasta alcanzar casi los 500 miembros. Ahora realizan unas veinte expediciones anuales para recoger basura y muestras de agua, y organizan talleres sobre cartografía y espeleología.
Guillermo D. Christy ha trabajado como consultor de calidad del agua durante más de 25 años, asesorando a hoteles sobre procesos de purificación y tratamiento. Ahora colabora con Sélvame del Tren y Cenotes Urbanos para medir la calidad del agua en ocho cuevas de Quintana Roo que albergan animales cada vez más amenazados que se han adaptado especialmente para vivir en las cuevas oscuras, como la anguila ciega yucateca (Ophisternon infernalis) y la brótula ciega (Typhliasina pearsei), un pez blanco transparente.
Realiza pruebas para detectar, entre otras cosas, el aumento de la salinidad, los metales pesados y bacterias como la E. coli. Hasta ahora, el esfuerzo ha revelado niveles elevados de E. coli en la región, lo que D. Christy ha compartido con las comunidades locales y los funcionarios del gobierno para fomentar mejores prácticas de saneamiento.
El consultor también ha estado analizando muestras de agua de cenotes atravesados por los pilares de soporte del Tren Maya. Las pruebas muestran la presencia de óxido de hierro en el agua, lo que indica que el metal de los pilares podría estar filtrándose. Las grandes concentraciones de estos compuestos químicos pueden provocar la proliferación de algas tóxicas, según Arcega-Cabrera, lo que podría afectar al desarrollo de los huevos y las larvas de las especies animales que viven en la cueva.
A principios de este año, Urbina, Rojo y D. Christy llevaron a funcionarios de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT) y de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) a la cueva Oppenheimer, otro cenote situado a unos 20 kilómetros de Playa del Carmen. Al pasar de la primera cámara a la segunda, las aguas turquesas y las imponentes estalactitas dieron paso al lodo y a los pilares de concreto que rezumaban óxido de hierro.
En las semanas posteriores a su visita, funcionarios de la SEMARNAT hicieron un anuncio público en el que concluían que la construcción del Tren Maya había dañado los ecosistemas de Yucatán. Se talaron más de siete millones de árboles y se perforaron 125 cuevas y cenotes para instalar los pilares. La agencia se ha comprometido a llevar a cabo un plan de rescate, que consiste en retirar las vallas que impiden el movimiento de la fauna y prohibir la construcción de carreteras secundarias hacia los sitios turísticos.
Por su parte, Urbina cree que si los funcionarios del gobierno ven la belleza de estos lugares, querrán protegerlos. Un día de abril, llevó a Oscar Rébora Aguilera, secretario de Ecología y Medio Ambiente de Quintana Roo, a bucear en cuevas en Sac Actún, uno de los sistemas de cuevas inundadas más grandes del mundo. Al salir del agua, le contó a Aguilera los planes de construir una carretera sobre el lugar. Poco después, la Procuraduría Federal de Protección al Medio Ambiente emitió una orden temporal para suspender la construcción. Es una señal de que sus esfuerzos colectivos pueden estar dando frutos.
Fuente: National Geographic




















































